El Valle del Jerte (29/03/2006)

El sábado estuve en el Valle del Jerte. Fue un fin de semana atípico, de esos que vienen bien de vez en cuando para salirse de la monotonía madrileña, de la rutina diaria de esta villa gris.

Para mí empezó el viernes, ya que hicimos escala en Almorox, un pueblo de Toledo en el que mi novia tiene una casa. Íbamos con E y G y pensábamos hacer algo entretenido una vez llegáramos para pasar la noche y salir al día siguiente. Pero nada de nada. Yo estaba demasiado cansado como para ver Triple X 2 y a la postre ellos tampoco harían mucho por verla. No fue porque no lo intentamos porque preparamos las cosas para ello. Pero el agotamiento y el madrugón que teníamos que darnos a la mañana siguiente pudieron con nosotros. Y el hecho de que eran las 12 de la noche y aún no la habíamos puesto también fue un factor en contra.

El sábado a las 7:30 me levanté yo solo, como un bobo, y el resto aún dormía. Mientras desayuné y me vestí se fueron levantando. Nuestra intención (que al final resultó ser sólo mía) era irnos a las 8 para llegar allí sobre las 10 y que no se nos hiciera demasiado tarde. No sabíamos llegar y posiblemente fuera mucha gente, porque según los expertos los cerezos florecían ese fin de semana, además de que coincidía con las fiestas de los pueblos de por allí. Yo no había oído hablar nunca de ese lugar, que está en la provincia de Cáceres, pero en una semana lo había escuchado unas 4 veces en 4 lugares diferentes. Así que intuí que habría bastante gente.

Acabamos saliendo a las 9 y partimos hacia Cabezuela del Valle, según una ruta obtenida por La Guía Campsa (es la que daban automáticamente en el portal del valle, yo suelo utilizar la de Vía Michelín, cuestión de gustos). Todo iba sobre ruedas hasta que llegó el punto de tener que coger carreteras comarcales. Nos desviamos de todos los vehículos que venían con nosotros, que eran unos cuantos, y aunque pensé que no hacíamos bien, supuse que esas guías te calculaban el trayecto más rápido de forma correcta (craso error). Los coches se dirigían hacia Plasencia y nosotros nos sumergimos en lo profundo del bosque por medio de carreteras sin división de carriles. Evidentemente, a los 20 minutos estábamos más perdidos que un gondolero en la Mancha.

Sin embargo, nuestro afán por llegar a nuestro destino nos llevó a encontrar la señalización a un pueblo por el que se suponía pasaba la ruta (bueno, en realidad pasaba cerca, pero yo no lo vi, me dirigieron). Así que tomamos ese camino ya que el opuesto, además, llevaba de nuevo a Plasencia. Llegamos al pueblo, que más bien debía ser aldea, y preguntamos a unas señoras que vimos por allí. Nos dijeron que el camino más fácil era por Plasencia, pero nosotros no sabíamos llegar desde allí porque teníamos otro mapa (si nos lo proponemos somos más negados y cabezones que mis vecinos, que ya es decir) así que nos indicó por los caminos rurales.

Agradecidos, partimos hacia allí. Después de otros 20 minutos por pseudocarretera nos volvimos a dar por perdidos. Paramos a comer algo y aprovechamos para respirar aire fresco. Había vacas sueltas, cosa que me recordó a las vacaciones de Asturias de este verano (tierra abrumadoramente bella donde las haya en cuanto a paisaje se refiere). Paz, tranquilidad, sosiego, animales que pesaban como 10 veces yo pero tan mansos que permanecerían impasibles aunque te pusieras a 10 centímetros de ellos (al menos daba esa sensación). Respirar aire sin contaminar, mirar al cielo y verlo del azul que realmente es, comprobar cómo es la vida lejos de la gran urbe. Eran sensaciones que había vivido el verano pasado y que volvía a tener.

Cuando retomamos nuestro camino paramos a preguntar a una pareja de señoras que había recogiendo espárragos (por ahí deben abundar, porque vimos más de una docena de coches parados a los lados de la calzada e imagino que todos en busca de lo mismo) y nos indicaron para llegar callejeando hasta el pueblo que buscábamos. Cuando llegamos a la carretera que nos llevaría a una localidad intermedia, decidimos elegir el camino contrario porque por donde nos habían dicho haríamos menos kilómetros pero en carreteras peores que la que acabábamos de dejar. Así, finalmente llegamos… a Plasencia. Después de haberla evitado hasta por dos veces habíamos sucumbido. Allí cogimos la nacional que une esta ciudad con Ávila y fue tan sencillo como no abandonarla. Quizá se hacían más kilómetros, pero era mucho más rápido que yendo por los pueblos. La ruta de Internet nos había engañado.

Llegamos a Cabezuela y tras preguntar en la Oficina de Información Turística nos dijeron que había dos rutas posibles: una en coche y una a pie. Decidimos hacer la del coche antes de comer y la de pie después. Tomamos la carretera en busca de una cascada que había en la ruta en coche, quizá lo mejor de ella, y por supuesto no la encontramos. Esta vez fue por culpa de un autobús, supongo que de excursionistas, que tapaba el cartel que nos indicaba el camino. Llegamos a un pueblo situado después del desvío de la cascada y tras contemplar la vista desde allí (por lo visto El Piornal es el pueblo más alto de Extremadura) bajamos buscando el lugar donde estaba situado el autobús para entrar por ese camino. Como era de prever ya no estaba pero nos habíamos quedado con las distancias. Así que entramos, aparcamos y subimos un poco en busca de la cascada. Seguimos a unas personas que estaban subiendo y llegamos hasta un lugar desde donde no se podía seguir subiendo porque las piedras resbalaban. Nos habíamos equivocado de camino. Otra vez.

Bajamos y subimos esta vez por el otro lado. La vista era genial, la cascada grandiosa. Aunque una pareja de chicos que había delante de nosotros haciéndose fotos quiso compararla con Iguazú, creo que aunque era bonita tampoco hay que pasarse. El lugar era fantástico, ver el agua fluir y caer montaña abajo, la naturaleza en todo su esplendor, era algo a lo que no estábamos acostumbrados y que al menos a mí me embriagó.

Tras las fotografías de rigor comimos y fuimos a realizar la ruta a pie. Después de lo tarde que habíamos salido, de habernos perdido antes de llegar al valle del Jerte y de habernos perdido en busca de la cascada, no daba tiempo a completar la ruta en coche por lo que desechamos la opción por completo. Sin embargo había unas a pie que sí podríamos realizar. No todas, porque había rutas de hasta 18 horas, pero sí alguna. Y nos decidimos por la más cortita, la Ruta de los Pilones-Puente Nuevo. En realidad llegamos solamente hasta Los Pilontes porque llegar hasta Puente Nuevo suponía seguir caminando un trecho tan grande como el andado ya, y no había tiempo para tanto.

Lo peor de la ruta senderista, el barro que había por doquier. Tanto en la subida a la cascada como en la subida a Los Pilones. Debió ser porque la semana pasada llovió, pero había zonas realmente difíciles de atravesar sin llevarte un recuerdo de fango en los bajos de los pantalones o en la suela de las zapatillas. Lo mejor, caminar por la montaña, el ejercicio hecho, la ruptura de la monotonía, la pureza del ambiente, el paisaje contemplado (a pesar de no ver más que árboles secos porque los cerezos aún no habían florecido) y el agua que se dejaba ver por todos lados. En numerosas ocasiones me recordaba a Fontaine de Vaucluse, aunque en este pueblo de Francia la abundancia de agua era mayor y el paisaje gustaba aún más. Sin embargo, llegar al nacimiento no resultó allí tan costoso.

Cuando llegamos al destino, nos dirigimos hacia un puente que cruzaba la caída del agua (imagino que del río Jerte) para llegar a la fuente de los Pilones a rellenar la botella de agua para el viaje de vuelta. Allí, además, vimos piedras grandes en las que podíamos sentarnos, escuchar el rumor del agua al descender y degustarnos con su color cristalino. Casi, casi, como el agua del Manzanares.

Tras comer procedimos a bajar de la montaña, viaje que fue más rápido que el ascenso anterior. Lo que nos intrigó fue cómo había llegado casi hasta arriba del todo un coche de Movistar, y cuánto tiempo llevaría allí, porque si la cosa era difícil a pie, en coche me parecía una ruta casi imposible. A mitad de bajada paramos en el Mirador del Chorrero de la Virgen y contemplamos la no floración de los cerezos entre otras cosas. Tras las últimas fotos bajamos hasta el coche para partir hacia casa. Diez minutos después de haber llegado abajo anocheció y dejó de verse sin algo de iluminación artificial, por lo que nos sentimos bien porque habíamos hecho algo correctamente. En total fueron unos 7 kilómetros andados, aproximadamente. Pero por montaña, lo que los hace más cansados.

Así, el domingo estuve que no me apetecía ni pestañear y se convirtió quizá en uno de los menos productivos de mi vida, salvo porque vimos las fotos del día anterior y reímos recordando los buenos momentos y porque estuvimos comiendo en casa de mi cuñada, de reciente estreno. Fue, como digo, un fin de semana atípico, de los que se dan con cuentagotas. Pero lo repetiría cuentas veces fuese necesario.

COMENTARIOS

Jesús: Podrias indicarme como obtener el plano de tu ruta? He estado buscando en campsa y no lo encuentro… Este fin de semana me gustaria pasarlo en Plasencia. Muchas gracias

4 comentarios en “El Valle del Jerte (29/03/2006)

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