Llorar no es cosa de niños

Llorar adulto

Ayer iba en el tren pegado a una chica. Literalmente. Debía de haber algún retraso porque estaba más lleno que de costumbre. De pronto esa chica se puso a hablar por teléfono. Al principio no le presté atención aunque podría haber entendido claramente lo que decía. Aunque esté prácticamente adjunto a ella no deja de estar feo escuchar conversaciones ajenas. Pero de repente la muchacha se alteró. Yo estaba escribiendo una entrada, pero la tuve que dejar para pensar en escribir esta. Sin entrar en detalles, voy a destacar lo que me sorprendió de su conversación. Aunque no hubiese querido escucharla me habría resultado imposible porque se puso a gritar, a pesar de que me dio la sensación de que intentó no subir mucho la voz (o quizás es que su tono no daba para más).

Hablaba, supongo, con su pareja, que imagino debía vivir en otro pueblo. Ella le dijo que estaba mal, que él lo sabía de sobra, y que claro que quería que bajase (a verla o estar con ella), pero igual que ella no se lo pidió él cuando estuvo mal ella tampoco creía que tuviera que pedírselo. Tenía que haber salido de él. Entonces se enfadó, soltó un improperio entre sollozos y colgó. Suspiraba mientras aguantaba sus enormes ganas de llorar ante un vagón lleno de gente. Gente que, por otro lado, no le prestaba la más mínima atención. Observé a mi alrededor y nadie hizo ni un solo movimiento a pesar del momento de tensión. Fueron dos minutos en los que la muchacha estaba cogiendo su cara con la expresión de tener la moral por los suelos. Y en ese tiempo me entraron ganas de darle un abrazo, porque noté en ella una enorme falta de cariño. Quizá le habría venido bien. Mientras lo pensaba le sonó de nuevo el teléfono.

Llorar NiñoEvidentemente, era el de antes. Sin darle tiempo a decir nada le espetó dos frases de forma repetida. «Que sea la última vez que me dices ‘llora un poquito‘ sabiendo como estoy de mal» y «Llorar no es de niños pequeños, lo hace todo el mundo, mayores y niños», entiendo que por respuesta a lo que le dijo su interlocutor a la primera frase.

Mientras me acordaba de la entrada que mi querida Mara nos compartió hace unas semanas, Si me quisieras, pensaba. Pensaba en si no sería el tipo el mismo sobre el que ella realizó la entrada (ella no porque no coincidía con el perfil de lo que Mara describió), o si sería un familiar directo. Pensaba en cómo podía un tío ser tan garrulo con su pareja y —entendiendo que sabía que la muchacha debe tener ataques de ansiedad o así– reírse de su problema con esa frase demoledora que le hizo colgar la primera vez. Pensaba en cómo podía atacarla después diciéndole que hay que ser infantil para llorar (o algo similar). Pensaba en que yo lloro, y mucho, y me alegro porque significa que siento. Pensaba en las últimas palabras de la entrada de Mara, que no desvelaré para que la leáis porque merece la pena. Pensaba en cómo tras colgar por segunda vez no había decidido no verle más, porque cuando uno está muy mal lo último que necesita es que se burlen y le denigren.

Y luego recordé que cada uno tiene su vida, aguanta lo que cree que debe y si no le mandó a paseo, sus motivos tendría. A la mente me vino la frase que circula por las redes sociales y que dice «Si solo conocemos la versión de Caperucita, el lobo será siempre el malo». Aunque bien es cierto que la chica daba la sensación de pasarlo fatal, y nadie se inmutó. Por un momento vi la frialdad de tanta gente ajena a la situación, aunque todos seguramente lo habían escuchado como yo. Cierto es que siempre viene a la cabeza en situaciones así el caso de Jesús Neira, en el que la «salvada» estaba de parte del que le dio la paliza a su «salvador». En un mundo así de extraño, lo normal es que a la gente no le apetezca ayudar a nadie. Aunque sea demasiado triste.

¿Crees que llorar es de críos? ¿Tendría que haberle mandado al carajo la muchacha? ¿Sería necesario escuchar lo que él tenga que decir al respecto de la situación para emitir un juicio justo? ¿Habrías dado apoyo a la muchacha en ese mal momento que tuvo?

Vestidos de boda

Hace unos días surgió este tema en el trabajo a raíz de un curso al que tuve que asistir con traje y corbata. No voy a descubrir que, de manera general, el 90% de las bodas a las que nos invitan están a caballo entre la ilusión y el compromiso, incluso más cerca de este último. Eso es así por diversos motivos: es posible que quien se casa ya no tenga tanta relación contigo como antes, o que sea un familiar de sexto grado, o que avisen con unos diez días de antelación, o que económicamente no sea el momento más boyante del año… o una combinación de varias. Si es una conjunción de todas lo mejor es no asistir alegando enfermedad de última hora, porque la situación pinta tan mal que lo más fácil es que uno se rompa un brazo en el manteo de los novios.

Pero el verdadero problema surge cuando se realiza una confirmación de la asistencia al evento, sobre todo si se trata de una mujer. Y es que los hombres lo tenemos mucho más sencillo. Con traje oscuro (lo habitual), y una combinación adecuada de camisa y corbata se puede asistir a un gran número de bodas (con cuatro de cada la cantidad es alta). Lo normal es que sea un estilo único en el lugar a pesar de que, como dice Sensi , las corbatas no sean la mejor prenda de vestir.

En el caso de la mujer, el problema del peinado, el maquillaje y la manicura (y en ocasiones pedicura) es poco relevante, pues con más o menos dinero se solventa de mejor o peor forma. La dificultad llega cuando abren el armario y visualizan todos los vestidos de fiesta que hay dentro. Descartan la mitad de los vestidos en función de que el evento sea por la mañana o por la tarde. Sacan los que pasan el primer filtro y los extienden en la cama. Y empieza la odisea:
— Este no lo puedo llevar porque es de verano / invierno.
— Este no lo puedo llevar porque ya lo llevé en la boda de Ana y va a venir Rosa que también estuvo.
— Este no lo puedo llevar porque tiene muchos años, ha perdido color por aquí…
— Este no lo puedo llevar porque ahora me viene grande.
— Este no lo puedo llevar porque ya no me entra…
— Este no lo puedo llevar porque es el de la boda de los primos de mi marido y a esta boda va la mitad de su familia.
— Este no lo puedo llevar porque no tengo nada que le vaya a juego.
Y acaba con la frase:
— Cariño, me tengo que comprar un vestido para la boda del sábado porque no tengo ninguno.

Pero lo que realmente puede fastidiar a una mujer es llegar al evento tras una tediosa búsqueda del vestido perfecto y encontrarse a otra invitada con el mismo que ella luce. Eso es una hecatombe, porque ese día solo se recordará por el día en el que otra llevaba su vestido. Y no importa lo que le digamos, ni que le quede mejor. Siempre saldrá igual que otra en las fotos. Conozco alguna que cambió un vestido por otro al saber que una conocida lo iba a llevar. Los hombres para eso somos diametralmente opuestos. No peores, ni mejores, solo distintos. Y es que si encontramos a otro con el mismo traje, la misma camisa y la misma corbata (aunque sólo sean en tonalidades similares), nos acercamos a hablar con él, nos echamos unas risas y nos hacemos fotos juntos aunque no nos conozcamos de nada.

Esta actitud puede tildarse de infantil, no lo niego. Pero creo que a veces a las mujeres les vendría bien esta simpleza que tenemos nosotros. Les ahorraría tiempo, dinero, calentamientos de cabeza y posiblemente se disgustarían menos.

¿Te cuesta decidir qué ponerte para una boda? ¿Has tenido que cambiar la ropa para no coincidir con alguien? ¿Has sufrido el infortunio de coincidir con otra mujer con el mismo vestido que tú en la misma boda? ¿Y con la misma combinación de traje, camisa y corbata? ¿Os habéis hecho amigos?

Haciendo las maletas

Maleta

He hablado alguna vez sobre la diferencia existente entre la forma de actuar de hombres y mujeres. No creo que una sea mejor que la otra, sencillamente son distintas, y ambas necesarias. Quizá debido a su complejidad, las mujeres actúan de forma compleja. Por extensión, dada la simpleza de los hombres, nuestras actuaciones son sencillas. He visto que un ejemplo de esta diferencia, ahora que han pasado las vacaciones, es hacer las maletas. Una mujer difícilmente es capaz de cerrar una maleta, por muy grande que sea la misma. Y no es por falta de nada, sino más bien por exceso: por exceso de contenido. Y soy consciente que la culpa no la tienen ellas, sino los ‘por si acasos‘. Esto hace que el tiempo que tarda de media una mujer en hacer una maleta es el triple que un hombre, y aumenta exponencialmente con el número de días que uno se va de vacaciones. Y eso que a ellas les cunde bastante más.

La diferencia estriba en la cantidad de cosas que cada uno elige para irse. El primer ejemplo es la ropa. Quitando la ropa interior, que no es lo que más ocupa y que (espero) tanto ellos como ellas echan como mínimo una más de los días que amanecerán fuera de casa, los hombres hacen cuentas de los días que van, y nunca eligen tantas camisetas como días. Siempre se puede repetir alguna camiseta, si no varias. Con lo cual, con cuatro camisetas de manga corta y una de manga larga por si refresca o se sale por la noche, es más que suficiente. 5 prendas en total. En cambio, es complicado que una mujer repita vestuario en el viaje, y si se van cinco días se llevan, más o menos, dos camisetas de playa, cinco camisetas de manga corta, dos más para imprevistos, otras dos de manga larga por si acaso por la noche refresca, una chaqueta finita por si no apetece ir en camiseta de manga larga, una de un poco de abrigo por si acaso le visita una tormenta alguna tarde-noche, y un par de camisetas para salir más arreglada. 15 prendas en total.

Para la mitad inferior ocurre algo similar. En el caso de los hombres, dos pantalones vaqueros, unos pantalones de chándal y unos cortos pueden dar para los cinco días. La mujer suele optar por tres pantalones, otro de repuesto para imprevistos, tres cortos por si acaso hace calor, tres faldas largas para la noche, dos cortas por si acaso hay alguna escapada de fiesta nocturna y dos vestidos por si acaso hay alguna ocasión especial. 4 a 14. Con esto, y sin tener en cuenta la posibilidad de añadir alguna blusa o camisa, las mujeres llevan aproximadamente el triple de prendas.

En estas circunstancias parece evidente que harán falta hasta ingenieros para cerrarla. Sobre todo teniendo en cuenta que esta diferencia es solo la mitad de la maleta. La otra mitad se compone principalmente de dos tipos de objetos: calzado y accesorios, si bien el primero en numerosas ocasiones necesita de una maleta o bolsa aparte porque no cabe en la principal. Y es que cuando un hombre afronta el reto del calzado, utiliza unas chanclas que le darán para los cinco días, y unos zapatos que no son de vestir pero que tampoco son deportivas. Así valen para un roto y un descosido. Las mujeres eligen dos pares de chanclas por si acaso uno se rompe o no se ha secado aún del día anterior , dos chanclas de vestir (que las mujeres disculpen mi ignorancia en cuanto al calzado femenino si es que hay un nombre para esos zapatos) por si acaso no pegan las primeras elegidas con toda la ropa, unos zapatos de tacón por si acaso salen arreglados, unos zapatos cerrados por si acaso hace frío, dos pares de manoletinas o bailarinas por si acaso llueve y no se va arreglada y unas deportivas por si acaso se anda mucho.

Por último, cuando hay que preparar los accesorios, la hombres echan un desodorante y, los que no lo utilizan de colonia (que los hay), un bote de colonia. Algunos van más allá y echan espuma de afeitar y cuchilla. Otros, se cargan de pereza y no se afeitan en todo el viaje o le echan morro y se apañan con el jabón de manos y la cuchilla de su mujer. Ellas, además de la colonia de día, el perfume de noche y el desodorante, pueden optar por llevar crema de día, crema de noche, cuchilla (que a veces toman prestada a la pareja), conjunto de maquillaje, complementos para desmaquillar y espejo. Y cuando horas antes de meter la maleta en el coche el comedor está desbordado porque las cosas no caben, uno piensa qué es mejor, si la sencillez y la practicidad del hombre o la complejidad y la previsión de la mujer. En general, la solución pasa por una solución a medias entre ambas. Y a disfrutar de las vacaciones.

¿Te cuesta cerrar la maleta? ¿Eres de las personas que las llena de ‘por si acasos’? ¿Vas con lo puesto de vacaciones? ¿Dejas la tarea de hacerla maleta a tu pareja para asegurarte de no equivocarte?

Colores

Hombres y mujeres somos muy diferentes en multitud de cosas. Y a veces tengo la sensación de que cuando somos parecidos en algo nos esforzamos para intentar diferenciarnos.  Pensamos de manera distinta, actuamos de manera distinta, sentimos de forma diferente, e incluso vemos de forma diferente. Algo que me llama mucho la atención es la percepción que tanto unas como otros tenemos de los colores.

De pequeño con mi madre y de adulto con mi mujer, si hay algo en lo que me ha costado ponerme siempre de acuerdo con ellas ha sido el color de las cosas, en particular el de la ropa. Han sido muchos los jerseys y las camisetas que mientras que para uno era verde, para el otro era marrón, o gris, o azul. Cualquier color valía menos el verde, no fuésemos a coincidir y se liara una gorda… Estos cuatro colores son de los que más guerra me han dado a lo largo de mi vida, pero no los únicos.

También ha habido discrepancias con colores naturales como el rojo, el rosa o el naranja. O incluso con colores inventados como el salmón o el vino. Esos siempre han sido una  comida y una bebida, no unos colores. Además, si todavía fuese la coca cola que tiene el mismo color en todas sus versiones, ¿pero el vino? ¿A cuál de los tres nos estaríamos refiriendo, al tinto, al blanco o al rosado? Porque cada uno es de un color distinto. Esta moda moderna de hacer color prácticamente cualquier cosa, no la veo clara.

Colores que puede ver una mujer
Colores que ve una mujer

Estoy convencido de que todas las mujeres tienen gran facilidad para albergar esa amplísima gama el colores, según las conversaciones mantenidas con unas y con otros. Sin embargo, los hombres tenemos (por lo general) una habilidad innata para ver en RGB y poquito más. Si acaso una pequeña combinación de estos, pero sin grandes pretensiones. Es por ello que desde aquí solicito a las mujeres del mundo que nos entiendan un poquito. La parte de nuestro cerebro que se encarga de los colores está limitada o se dedica a otras cosas. Os pido, por favor, un poco de comprensión.

Colores que puede ver un hombre
Colores que ve un hombre

Realizando un símil comparativo con el mundo informático, que es en lo que tengo más experiencia, estoy seguro de que la paleta de colores de los hombres da para ver en 16 colores, mientras que la de las mujeres da para ver en 16 millones de colores. Eso explicaría por qué mientras yo solo veo un simple rojo, ellas ven toda una gama que se compone, como mínimo, de decenas de colores.


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No hay huevos

Hay tres palabras que uniéndolas de determinada forma, activan una parte del cerebro masculino: la de la honrilla. Al mismo tiempo, desactivan otra mucho más importante: la del raciocinio. Y es que no hay nada más «machote» (y simple a la vez) que demostrar que uno tiene lo que hay que tener delante de quien sea realizando cualquier cosa que se tercie, por descabellada que parezca. Esto suele ocurrir a edades tempranas, con mayor incidencia en la adolescencia (la tan temida por los padres «edad del pavo«).

Yo recuerdo con claridad dos episodios de este tipo que tuve en esos años (lo que no impide que hubiera más). Pensándolos ahora son el claro ejemplo de la estupidez hecha acción, pero reconozco también que en su momento tuvieron gracia y no hicieron daño a nadie. La primera vez fue en 1996, en un viaje a Cazorla con el instituto. Mis compañeros de mesa durante la cena me retaron a comerme de una vez una porción de postre de melocotón en almíbar. Uno de ellos se quedó sin postre. La segunda fue uno o dos años después. Una chica me retó a comerme una hamburguesa del McDonald’s en 4 bocados. La muchacha se tuvo que comprar otra. Dicho esto, mis padres siempre me dieron una buena alimentación y nunca me hicieron pasar hambre.

El problema de estas cosas surge cuando el querer demostrar la valentía aún se conserva en la edad adulta, un momento de la vida en el que creo que ya no corresponde. Por multitud de motivos, pero básicamente porque ni se tienen 15 años, ni se consideran adecuados los adultos para muchas acciones que se adaptan mejor a un perfil de edad menor (sobre todo actividades físicas). Y es que, acciones como la del señor (por decir algo) que va con su hijo en el coche a 190 km/h, se graba en vídeo y lo difunde por Internet solo tienen explicación (para una persona normal no tiene explicación alguna, pero parto de la base de que este señor es anormal) si el descerebrado conductor ha tenido una conversación en la que han terminado diciéndole: «No hay huevos«.

¿Qué pretenden demostrar con ello, que son mejores? ¿Que cuentan con una parte del cuerpo que a menos que se la hayan extirpado está unida a su ingle? Más bien lo único que enseñan al resto es que son más bobos (o más irresponsables, más infantiles… según el caso). Si ambos (retador y retado) tuvieran la percepción de que es útil demostrar la valía en algo, ambos lo harían en una especie de duelo para enseñar al resto quién sale victorioso, y no habría uno que disfrutaría viendo cómo el otro sufre para llevarlo a cabo.


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Cuarto y mitad

Hace meses me preguntaba por qué un hombre cualquiera, del montón de la normalidad, no sabía hacer correctamente la compra. Ayer me di cuenta de que hay que cursar algún tipo de estudio específico, un grado medio como mínimo. Estaba esperando pacientemente mi turno en la charcutería, cuando el hombre llamó al número anterior al mío. Tras un largo segundo en el que me preparé para ser llamado, surgió una señora de la nada (en realidad apareció de la carnicería), y tras un rápido «Buenas tardes» pidió tres cosas. Se volvió a darle más instrucciones al carnicero y regresó para echar un vistazo. Con la mirada puesta en otro sitio hizo un par de peticiones y espetó un medio apurado «Uy, me llaman en la pescadería» y de una carrera fue a pedir pescado.

Por momentos estuvo siendo atendida en tres lugares a la vez. ¿Alguien piensa que algún hombre es capaz de hacer eso? Creo que es más fácil sacarse primero la carrera de Derecho y luego la de Ingeniería Aeronáutica. O incluso aprobarlas de forma simultánea. Estoy convencido de que yo no podría haber hecho un estudio de las marcas, aspectos y precios de tantos productos en tan poco tiempo para pedir ‘sin mirar’, que era lo que hacía ella. Y de hacerlo, seguro que no hubiese servido para llevarme lo que debía.

Pero la cosa no quedó ahí. Cuando venía de pedir en la pescadería, recogió el pedido del carnicero y al charcutero le dijo algo que aún estoy pensando: «Me pones cuarto y mitad de pavo, y ya nada más«. ¿Cuarto y mitad? ¿A qué equivale eso? ¿A un cuarto de la pieza y la mitad de lo restante? Supongo que la medida es en gramos. ¿375 gramos (cuarto, 250, y mitad del cuarto, 125)? ¿750 gramos (cuarto, 250, y mitad del kilo, 500)? ¿Corresponde a lo que decida el charcutero? ¿No es más fácil aprenderse el peso o la cantidad de lonchas y pedir así? Y lo que más me escama, ¿es algún dato mundialmente conocido? Porque todos (pescaderos, charcuteros, carniceros, polleros…) saben lo que tienen que poner exactamente cuando les piden eso.

De todas formas, no sé si sentir enfado por lo que nos retrasaba al resto esa señora pidiendo en tres lugares simultáneamente (porque por mucho que quiso optimizar hubo momentos en los que los trabajadores estaban parados esperándola) o admiración por lo que era capaz de hacer sin atisbo alguno de estrés por su parte. Por fortuna para mí, para cuando terminó de pedir en la charcutería, mi mujer ya estaba conmigo.


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La lista de la compra

El hombre es dejado por naturaleza. Las mujeres nos llaman simples, que también, pero yo no quiero utilizar ese adjetivo porque ellas habitualmente lo usan de modo despectivo, y no quiero que se me malinterprete. Quiero dejar claro que yo lo empleo únicamente como calificativo.

Nos damos cuenta de que esta afirmación es cierta en muchos aspectos de la vida: nos da lo mismo no ir perfectamente arreglados para la foto del DNI, hay fechas que no recordamos (y no me refiero al cumpleaños o al aniversario, que esas son fáciles de recordar, sino al «aniversario» del primer beso, o del primer ‘te quiero’, o del primer arrime en la cama), nos importa poco si al hacer la cama se ha quedado alguna arruga en el medio o si la colcha está más larga de un lado que del otro, podemos ponernos una camiseta sin planchar si tenemos prisa…

Pero por encima de todos ellos hay uno que según he podido comprobar se produce en todas las generaciones por igual: hacer la compra. Y es que no es lo mismo estar solo que con una mujer al lado cuidando de uno. Un hombre que vive solo, tiene que saber hacer la compra, no le queda otra. A menos que se deje el sueldo en bares. Un hombre con una mujer que habitualmente hace la compra, cuando va solo al supermercado ve tantas cosas tan iguales y tan variadas que no sabe qué pedir, qué llevarse, ni cómo comprarlo. Me lo decía una señora (que por edad bien podría ser mi madre) el sábado pasado en la cola de la charcutería. Y según me lo decía, estaba escuchando a mi mujer como si ella me dijera a mí: «Yo le digo muchas veces a mí marido, ‘Antonio, con la de años que llevas viniendo a comprar conmigo, es increíble que no sepas qué es lo que compro yo cuando vengo’, y va para 30 años…» Yo aún no llevo tantos, pero desde luego que voy camino de que me lo puedan decir en un futuro cercano.

Pero, ¿por qué pasa? Quizá sea, como digo, simpleza. O quizá dejadez. O simplemente, que hay cosas para las que los hombres que tenemos una mujer al lado no valemos. Y si alguna vez la vida nos deja solos, esperemos que haya restaurantes con el menú del día asequible, y que nos den en táper lo que nos sobre.


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Con buena letra

Creo que hay muchas cosas que van en los genes. Ya no sólo el aspecto físico, el comportamiento, el sexo… Yo estoy convencido que la letra que cada uno tiene también va en los genes. Es más, una chica tiene el gen de la letra bonita, y un chico el de la letra fea. Y es algo que no se puede evitar. Uno nace marcado para eso.

Salvo excepciones y casos puntuales en los que el gen caligráfico ha sufrido una ligera mutación, creo que sería capaz de distinguir el sexo de una persona por su letra con un alto porcentaje de acierto (de hecho, alguna vez he realizado pruebas con los recibí que han escrito los ciudadanos a mis compañeros y he conseguido más de un 90% de acierto). A continuación lo esperable es decir que soy una de esas excepciones de las que hablaba, en las que siendo chico tengo una letra digna de exposición. Pues no. Tengo una letra fea como ella sola, y si quiero hacerla medianamente legible tiene que ser en mayúsculas y despacito. Y escribir en mayúsculas en según qué sitios es signo de mala educación… Yo creo que el gen caligráfico lo tengo intacto.

Es más, si hicieran alguna vez un concurso de acertar si una persona es chico o chica por su caligrafía, con un poco de esfuerzo podría quedar campeón. Es una lástima que mi blog no lo sigan los guionistas de las televisiones, porque estoy proporcionando una idea de las buenas. Si hay concursos de cocina, de saltos a una piscina, de canto, de baile, de a ver quién hace la tontería más difícil para que el público le grite que (él o ella) sí que vale… ¿por qué no uno como este?


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Cambio de peinado

En una de mis primeras entradas decía que las mujeres son coquetas. Ahora debo añadir que además tienen unas costumbres muy extrañas en relación con esa afirmación. Y es que sólo a una mujer se le ocurre venir a hacerse el carné con el pelo teñido de rojo con decoloración en las puntas, con la raya a un lado y con la parte de atrás de punta y lleno de laca o gomina, y cuando les pido una foto reciente entregarme una en la que aparecen con una larga melena rubia, con el flequillo tapándole media frente, con unos mechones rizados a ambos lados de la cara, con un semirecogido en la parte central trasera y con capas y distintas tonalidades de rubio.

Me gustaría que alguna de las mujeres que me lee me sacara de la duda. ¿Por qué lo hacen? Quiero decir, si en el carné debe figurar una foto lo más fiel posible al estado actual de cada uno, ¿por qué me traen una foto con un peinado tan distinto que no parecen ellas?

Lo curioso es que prácticamente siempre me pasa lo mismo. Miro la foto, miro a la señora, miro la foto, miro a la señora, y sin que yo diga nada me dice: «He cambiado de peinado hace una semana, pero la foto es de ahora«. Como saben que es falso, saben que la foto tiene ya un tiempo y además son conscientes de que yo me he dado cuenta, me veo en la obligación de contestarles: «¿Y tanta prisa le corría cambiar de aspecto que no ha podido esperar cinco días a hacerse el carné primero?«.

Si algo me ha enseñado la vida es que las mujeres se dan cuenta de todos los detalles. No me voy a creer que no se percaten de que hacerse el DNI pareciéndose a la foto que me traen es mucho más sencillo para todos que no hacerlo. Lo que ocurre es que esa es la foto que han encontrado por casa de a saber cuándo, y tienen la frase como excusa. Que digo yo que si todas me ponen la misma, o se la van pasando una a otra por whatsapp o está sacada de Foro en femenino, porque me resulta difícil aceptar que todas acaben llegando a la misma conclusión de manera independiente.

Mujeres del mundo que os renováis el carné o el pasaporte: si os hacéis un cambio considerable de peinado, esperad a tener la documentación primero o haceros una foto con el nuevo aspecto para usarla. Seguro que el cambio es para mejor y salís ganando. Y además me facilitáis las cosas.


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DNI vuelto

Las mujeres son coquetas. Yo creo que lo llevan en el ADN, con lo cual además de hereditario es inevitable. Sin embargo, también creo que esta cualidad las hace formidablemente interesantes. Y, a veces, irresistibles. En multitud de ocasiones, cuando le he solicitado el DNI a una ciudadana (supongo que serán casualidades de la vida, pero de momento nunca se lo he visto hacer a un hombre) al entregármelo lo ha hecho con el reverso a la vista. Ayer me volvió a ocurrir. ¿Por qué pasa esto?

Pienso que los motivos pueden ser variados. Quizá es porque no le gusta su foto y no quiere que la vea. Pero entonces, ¿cómo le tramito el DNI si no veo sus datos? Además, todo lo que figura en su carné me aparecen a mí en la pantalla (cosa que es lógica, debo ver a la persona que voy a identificar y comprobar que efectivamente se trata de ella y no de otra), voy a verla de todas formas…

También puede ocurrir que el motivo no sea la foto sino la fecha de nacimiento. Lo mismo se siente y se ve diez o quince años más joven de lo que marca ese dato y me lo dejan a la vista para que me percate de lo bien que le tratan los años. Eso de toda la vida se ha hecho ‘para dar envidia‘, porque yo si de algo no puedo presumir es precisamente de eso…

De todas formas yo soy de naturaleza malvada, y cuando me ocurre algo así suelo decirles: «Si me da el carné vuelto para que no vea la foto porque no le gusta, a menos que se lo tramite mi compañero no le va a servir de mucho…» Imagino que por inesperado les resulta gracioso o simpático, y todas esbozan una sonrisa mientras niegan que sea ese el motivo. No sabemos cómo terminará el trámite, pero al menos se empieza con una sonrisa. Y eso para mí ya es un buen comienzo.


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