Ciclo “¿Te acuerdas?” – Parte 23 – Creo que soy bilingüe

Te acuerdas de...

Se habla mucho de los colegios bilingües, de hablar el inglés (u otro idioma) desde pequeños, adquirir un conocimiento que será útil en un futuro… ¿Hasta qué punto puedes dominar un idioma sin practicarlo a menudo? Creo que poco, aunque también está la opción de los que se creen que son bilingües y acaban hablando con estilo, sin más.

Lo digo como valenciano que soy. Ser bilingüe es una gran ventaja. Ser medio bilingüe (como es mi caso), e intentar aparentar que se es bilingüe (ese no es mi caso), hace que los demás medio bilingües le tomen a uno por tonto. Los bilingües además se echan unas risas.

Este fin de semana he estado en el zoo, y en una zona donde había animales de granja resultó que había una familia valenciana. No eran catalanes, se les distinguía claramente por el acento. El padre hablaba con la madre y la niña en valenciano… O en algo parecido.

Y es que posiblemente una persona que no lo sabe podía pensar, mientras le escuchaba hablar, en la fortuna de hablar dos idiomas, de lo positivo su resultaría para la niña, lo bien que le vendría para aprender más fácilmente otros en el futuro. Pero yo, que entendía lo que decía, pensaba en la estupidez que estaba haciendo el hombre al intentar hablar valenciano soltando una palabra en castellano de cada tres que decía. Quizá por desconocimiento, por dejadez, o porque él lo aprendió así.

Sinceramente, no es que yo hable perfectamente en valenciano (no lo hago ni siquiera en español), pero cuando la cantidad de castellanismos supera el 10% es que hay una falta de vocabulario interesante. Y para eso, prefiero hablar en español. Reconozco mis limitaciones, por eso procuro no hablar en otra cosa que no sea español. Ya hago el ridículo en otros aspectos de mi vida como para añadir una más.

Ciclo “¿Te acuerdas?” – Parte 22 – Dedos como morcillas

¿Te acuerdas...?

Dado que es Semana Santa y aquí el que más o el que menos está haciendo planes de no volver por la blogosfera hasta dentro de siete días, he pensado que esta semana puedo dedicarla al bloque «¿Te acuerdas?», donde recupero entradas antiguas del blog. ¿Una lata? ¿Falta de ideas? ¿Una comodidad? Puede que sí, pero sobre todo es una comodidad para vosotros, que descubrís mi blog al completo sin tener que indagar en él. Os lo ofrezco yo. De nada. Como en estos días no voy a escribir demasiado porque voy a estar en modo desconexión (sólo para responder comentarios, no os voy a dejar en la estacada), tendré poco que escribir. Y como no escribiré mucho, los dedos gordos que tengo no me jugarán malas pasadas en el móvil.

Desde que un primo que tengo me dijo en la adolescencia que no tenía dedos, sino otra cosa que no puedo reproducir aquí, siempre he pensado que eso era una ventaja. Por ejemplo, para dar una torta a mano abierta, porque abarcaba más superficie en la cara. O para coger las pelotas de baloncesto o fútbol a una mano sin esfuerzo. Incluso para escribir bien a máquina (las de escribir, las Olivetti Lettera de toda la vida). Pero claro, entonces los teclados de los ordenadores eran grandes y no existía nada táctil.

La tecnología será un avance maravilloso, pero viene fatal a los que tenemos los dedos gordos. Sobre todo en lo que a móviles táctiles se refiere, y más en concreto aquéllos que no tienen la pantalla excesivamente grande. Estos aparatos suelen llevar incorporado un teclado que aparece en la pantalla y permite escribir cualquier cosa. Y como el móvil sea más o menos nuevo, no es posible usar la opción de poner la adaptación en pantalla del antiguo teclado de los teléfonos que contaba con 9 teclas (con tres letras en cada una de ellas). Por el contrario, hay una treintena de ellas con una anchura tres veces inferior al grosor de mi dedo meñique. ¿Qué puedo escribir yo ahí? Efectivamente, nada. Al menos en un corto período de tiempo. Si quiero mandar palabras con vocales debo reescribirlas varias veces. La otra opción que me queda es adjuntar un diccionario dedos gordos-español para que los receptores entiendan mi mensaje.

Pero la simulación del teclado de los teléfonos antiguos tampoco es la panacea. Es cierto que las teclas están adaptadas a mis dedos más pequeños, pero por lo que sea éstos no tienen demasiada agilidad escribiendo. Sé que todo es ponerse, pero si me desespero yo, no me quiero imaginar a mi receptor esperando durante cuarto de hora a que le responda con urgencia ‘Sí’ o ‘No’. Además, utilizo un método de escritura que me permite crear palabras pulsando una vez cada tecla que contiene la letra (el que yo llamo modo diccionario), y a veces me toca explicar por qué escribo unas cosas en lugar de otras. Me ocurre, por poner un ejemplo, cuando alguna vez he querido preguntar «¿No vas a venir?» y en realidad he preguntado «¿No vas a taoísmo?» y sólo hay un error en una letra. Una muy típica y que soy incapaz de explicar con sensatez es escribir «JFK» cuando quiero utilizar la onomatopeya de la risa «Jeje«.

Así que me parece que voy a volver a los móviles antiguos, que son igual de grandes que algunos de ahora pero el triple de gordos (en esto el grosor importa poco). Al menos hasta que saquen un móvil que proyecte un teclado decente en una superficie y me permita escribir como si fuera una Olivetti, tocando las teclas proyectadas. No me gusta pasar más tiempo dando explicaciones de los mensajes que mando que escribiéndolos.

Ciclo «¿Te acuerdas?» – Parte 21 – Una entrevista especial

Te acuerdas de...

Hace un año, un amigo al que quiero de forma especial me realizó una entrevista. Él es una persona muy aclamada en los sectores en los que se mueve, que principalmente son los mundos del misterio y de los Caballeros del Zodíaco. A primeros de año la hice pública. Tardé demasiado, porque esperaba poder colgar el vídeo que hicimos al respecto, pero aún no me ha sido posible montarlo en condiciones y no quería esperar más para enseñar el trabajo que hizo conmigo este maestro de los micrófonos. Pinchando aquí podéis llegar a la entrada en la que se encuentra. Para los perezosos, la copio a continuación.


Hace unos meses me sentí famoso por un día. Un gran amigo, alguien que es para mí como un hermano, me había concedido una entrevista. Ya he hablado en alguna ocasión de su afición al podcasting, y la gran repercusión que tiene en los ámbitos a los que se dedica. Era, por tanto, una entrevista que iba a llegar a miles de personas, bien por el misterio, bien por los caballeros del zodíaco. Era como una presentación virtual de mi libro: 69 Historias tras tu DNI.

Quiero agradecerle a Carlos la oportunidad que me brindó, las molestias que se tomó conmigo y toda la ayuda que me ha prestado y que me sigue prestando con la promoción del libro. A este ritmo tendré que pactar con él un porcentaje de beneficios… cuando los haya.

Ahora os doy la oportunidad de escuchar la entrevista completa pinchando sobre estas palabras (y pulsando en el botón del play si usáis un ordenador o en reproducir/descargar audio si usáis un móvil), así como escuchar un resumen de unos 8 minutos pinchando sobre estas palabras y procediendo de igual forma. Espero que las disfrutéis.

Si os gusta la entrevista podéis compartirla en vuestras redes sociales con los botones de más abajo (si no os gusta también podéis hacerlo).

Ciclo «¿Te acuerdas?» – Parte 20 – No tienes huevos

¿Te acuerdas...?

Hay pocas cosas que levanten la furia de un hombre (pero de un hombre de verdad, no uno como yo) como la frase «No hay huevos». Es como si tuviera que demostrar que su masculinidad sigue intacta (no así su cerebro), haciendo justamente aquéllo a lo que ha sido retado. Es difícil de controlar en edades tempranas, lo entiendo. La adolescencia es dura. Pero llegado un momento todos los hombres deberían superarlo. El problema es que esto no es así. Hace poco hablé sobre este tema. Pinchando aquí podéis llegar a la entrada en cuestión. Para los perezosos, la copio a continuación.


Hay tres palabras que uniéndolas de determinada forma, activan una parte del cerebro masculino: la de la honrilla. Al mismo tiempo, desactivan otra mucho más importante: la del raciocinio. Y es que no hay nada más «machote» (y simple a la vez) que demostrar que uno tiene lo que hay que tener delante de quien sea realizando cualquier cosa que se tercie, por descabellada que parezca. Esto suele ocurrir a edades tempranas, con mayor incidencia en la adolescencia (la tan temida por los padres «edad del pavo«).

Yo recuerdo con claridad dos episodios de este tipo que tuve en esos años (lo que no impide que hubiera más). Pensándolos ahora son el claro ejemplo de la estupidez hecha acción, pero reconozco también que en su momento tuvieron gracia y no hicieron daño a nadie. La primera vez fue en 1996, en un viaje a Cazorla con el instituto. Mis compañeros de mesa durante la cena me retaron a comerme de una vez una porción de postre de melocotón en almíbar. Uno de ellos se quedó sin postre. La segunda fue uno o dos años después. Una chica me retó a comerme una hamburguesa del McDonald’s en 4 bocados. La muchacha se tuvo que comprar otra. Dicho esto, mis padres siempre me dieron una buena alimentación y nunca me hicieron pasar hambre.

El problema de estas cosas surge cuando el querer demostrar la valentía aún se conserva en la edad adulta, un momento de la vida en el que creo que ya no corresponde. Por multitud de motivos, pero básicamente porque ni se tienen 15 años, ni se consideran adecuados los adultos para muchas acciones que se adaptan mejor a un perfil de edad menor (sobre todo actividades físicas). Y es que, acciones como la del señor (por decir algo) que va con su hijo en el coche a 190 km/h, se graba en vídeo y lo difunde por Internet solo tienen explicación (para una persona normal no tiene explicación alguna, pero parto de la base de que este señor es anormal) si el descerebrado conductor ha tenido una conversación en la que han terminado diciéndole: «No hay huevos«.

¿Qué pretenden demostrar con ello, que son mejores? ¿Que cuentan con una parte del cuerpo que a menos que se la hayan extirpado está unida a su ingle? Más bien lo único que enseñan al resto es que son más bobos (o más irresponsables, más infantiles… según el caso). Si ambos (retador y retado) tuvieran la percepción de que es útil demostrar la valía en algo, ambos lo harían en una especie de duelo para enseñar al resto quién sale victorioso, y no habría uno que disfrutaría viendo cómo el otro sufre para llevarlo a cabo.

Ciclo «¿Te acuerdas?» – Parte 19 – La red está llena de valientes

Te acuerdas de...

Internet tiene la gran ventaja del anonimato. A nivel general, cualquiera puede hacer o decir lo que le plazca, porque nadie sabe quién está detrás de las palabras que se han expresado. Esto conlleva un problema, el crecimiento exponencial de apariciones de gallitos y valientes, que son aquéllos que se aprovechan de que nadie les ve ni les conoce para insultar y agredir a quien les plazca. Hace meses hablé de la facilidad que tienen estos individuos para creerse alguien cuando en la realidad de sus vidas tienen que ser personas tirando a mediocres. Pinchando aquí podéis llegar a la entrada en cuestión. Para los perezosos, la copio a continuación.


Hace semanas que me he dado cuenta de algo que acontece en multitud de foros y sobre todo en las redes sociales. Este país está lleno de valientes, que son aquéllos cuyo único fin en su mugrienta vida es acceder a dichos foros o redes sociales con el (¿único?) fin de descalificar a todos los que versen opiniones distintas a las suyas. Lo peor es que los hay a espuertas. Más de los que pueda imaginar cualquiera. Y por más que lo pienso no logro entender por qué ocurre. ¿Son mejores personas? ¿Son más fuertes? ¿Creen que son personas con más valor que las que agreden?

El gran problema es la facilidad que se tiene en estos lugares para insultar y faltar al respeto a los demás de forma impune. Los motivos no tienen que ser siquiera fundados, hay mucho bobo que se enciende con facilidad. A veces es suficiente con publicar varias veces una idea contraria a la de ese bobo. Lo más bonito que puede llamar a quien publica eso es «Hijo de mil padres» o «Seguro que no sabes si tu padre tiene dos patas o cuatro» (hay que tener en cuenta que en este blog no utilizo palabras malsonantes).

Otras veces es suficiente con existir y que se produzcan cambios en uno mismo, que es lo que le pasó recientemente a Cristina Pedroche. Y si se trata de un tema que puede tener diversidad de opiniones (política o fútbol los más destacados), cuando alguien deja una opinión fuera de lugar o que no se adapta a la manera de pensar de otros (o del resto de un pequeño grupo), la mayoría no le rebate con argumentos, sino que se limita a airear sin prueba alguna su nulo coeficiente intelectual con frases del tipo: «Tú qué vas a pensar, si tienes el cerebro del tamaño de un alfiler«. Eso es argumentar.

Esto es algo que se produce en Internet, y estoy convencido de que es porque ahí nadie conoce a nadie, no se tiene a la víctima delante, y como es muy difícil alcanzar a la persona que escribe esas barbaridades, todo es mucho más fácil. Es sencillo insultar y descalificar si no se ve a quién se agrede. Y es algo que me llama la atención sobre estos valientes, y que me hacen preguntarme algo. Si se encontraran conversando en una habitación con personas que no conocen de nada (como es el caso de foros y grupos de redes sociales) y en mitad de la misma un tertuliano comenzara a defender una idea diferente a sus principios o sin demasiada base lógica, ¿también le insultarían así? ¿Le faltarían al respeto tan descaradamente? Los que a menudo se unen al descalificador en Internet, ¿también se atreverían en este caso a aliarse para ofenderle?

Ciclo «¿Te acuerdas?» – Parte 18 – ¿Me gusta o no me gusta?

¿Te acuerdas...?

Las redes sociales nos permiten informar de nuestra vida al minuto. Y en ellas podemos contar las cosas que nos pasan, sean buenas o malas. Facebook, una de las más usadas, cuenta con un botón de «Me gusta» para indicar que, valga la redundancia, te gusta lo que uno de tus amigos ha publicado. ¿Hasta qué punto? ¿Y si lo que publica es una mala noticia? ¿También hay que darle a «Me gusta»? ¿Cómo podemos decir que Nos gusta y no nos gusta a la vez? Hace un tiempo hablé de este tema intentando ver algo de luz al respecto. Pinchando aquí podéis llegar a la entrada en cuestión. Para los perezosos, la copio a continuación.


Las redes sociales han conseguido algo que hace unos años ni tan siquiera podría haber imaginado. Saber a cada minuto lo que hacen los demás. Tus amigos, los amigos de tus amigos, los que no son tus amigos pero haces como si lo fueran… Ninguno escapa al control que puedes ejercer sobre su vida. Saber lo que hace, dónde está, dónde irá, quién le acompaña y cómo se encuentra. Y uno está, sin comerlo ni beberlo, al corriente de la vida de decenas de personas simultáneamente.

Debo decir que más del 90% de las cosas que cuenta la gente son buenas, positivas o constructivas. Pero no todo lo que los demás comparten con el resto del mundo es bueno. Hay un pequeño porcentaje de cosas que son malas noticias. O sentimientos negativos como tristeza, depresión (sin ser enfermedad), culpabilidad… Facebook es una red social que te permite decir que algo te gusta, y ni siquiera es necesario leer lo que se ha escrito o ver las imágenes publicadas. Se le puede dar a un botón cuyo único fin para algunos es «Ya le he dado y parece que me interesa«. Y es que hay ocasiones que en menos de cinco segundos un texto que se lee en tres minutos ya lleva varios ‘Me gusta’ asociados. Yo me pregunto, ¿y si el contenido no es bueno, o no le hace al autor sentirse bien o feliz? ¿También habrían pulsado en el botón de haberlo leído? Pues la verdad es que posiblemente sí, porque he visto muchos casos

Lo siento, seguramente sea un bicho raro o haya una explicación que se me escapa, pero no alcanzo a comprender cómo alguien puede escribir «Luis se siente triste. 😦 Se ha muerto Pancho, el perrito con el que compartí muchos buenos momentos durante bastantes años» y a las 4 horas tener la leyenda ‘A Fede Molón y 136 personas más les gusta esto’. ¿Qué carajo significa? ¿A más de 130 personas les gusta que ese pobre chico se haya quedado sin perro? ¿Tanta manía le tenían al animal? ¿Tan mal les cae el muchacho? Soy yo y desde ese mismo momento bloqueo a los 137. ¿A quién puede gustarle el mal de un amigo? ¿No sería mejor escribirle un «Lo siento mucho«?

Ciclo «¿Te acuerdas?» – Parte 17 – Servir de ejemplo

Te acuerdas de...

Desde que nacen, los pequeños van aprendiendo cosas por imitación. Y lo hacen de las personas que pasan más tiempo con ellos, que en la mayoría de los casos son (o deberían ser) los padres. De nosotros aprenden muchas cosas, por lo que nuestro comportamiento se convierte en un referente. En nuestras manos está que sea un ejemplo bueno, o malo. Hace unos meses hablé de lo que consideraba mal ejemplo para los pequeños, procurando concienciar de las conductas no deseables. Pinchando aquí podéis llegar a la entrada en cuestión. Para los perezosos, la copio a continuación.


Todos los que somos padres, desde el mismo momento en que lo somos nos convertimos además en otra cosa: un ejemplo. Desde muy bebés, nuestros pequeños no dejan de mirarnos y ver lo que hacemos para intentar repetirlo. Que seamos un buen o un mal ejemplo para ellos depende única y exclusivamente de nosotros.

Yo tengo claro que no soy el padre perfecto, pero tampoco lo pretendo. Solo intento enseñarle a mis niños una serie de valores y que aprendan lo que entraña peligro para ellos y lo que no. Y para mí, una carretera es de lo más peligroso que puede encontrar sin dificultad un niño pequeño. Por eso, desde hace unos años, en cada semáforo que cruzo con mi pequeño hago especial hincapié en los colores del mismo y en su significado. Incluso aunque no vengan coches y la gente cruce sin parar, nosotros permanecemos detenidos en la acera mientras el semáforo está en rojo.

En ocasiones el niño me pregunta por qué la gente cruza en rojo. Yo me quedo callado, pensando en decirle que son unos irresponsables, pero le contesto algo que entiende mejor: “es que no se saben los colores porque sus padres no se los enseñaron de pequeños”. Y ahí está él, todo contento porque sí se sabe los colores y lo que hay que hacer con cada uno de ellos. Confieso que si voy solo a veces cruzo por donde me viene bien, o con el semáforo en rojo si no vienen coches, pero siempre asegurándome de que no hay niños pequeños ni en la acera donde estoy, ni en la de enfrente. De nada me sirve dar ejemplo a mis niños y al resto no.

Esto que me parece tan sencillo de asimilar se me vino abajo ayer cuando estaba parado con mi pequeño en un paso de cebra esperando que el semáforo se pusiera en verde, cuando una mujer con un niño de su misma edad se puso a nuestra altura y sin detener la marcha continuaron cruzando la calle. ¿Qué ejemplo le está dando esa señora a su niño? ¿Piensa que cuando vaya suelto de su mano (porque es imposible que vaya siempre de la mano) ese pequeño tendrá algún tipo de miramiento en seguir caminando cuando llegue a una carretera? ¿Y si viniese un coche en uno de esos momentos en los que el niño decide tomar la carretera como acera? ¿La culpa sería del niño por no haber parado a pesar de que la madre le gritase que lo hiciera?

Puede que en parte sí, pero si hubiera aprendido a respetar la carretera seguro que habría tenido más éxito. Eso es algo que depende de ella, y no creo que lo estuviera llevando a cabo de forma exitosa con esa manera de proceder. A veces me paro a pensar y a compararme con el comportamiento de otros muchos padres y creo que soy demasiado estricto con mis niños, me da la sensación de que estoy haciendo que se pierdan algo cuando no les dejo saltar en los coches, colarse en una cola o pegar al resto de niños. Pero quizá la culpa no sea del todo mía. Creo que me afectaron en exceso los tres minutos (no necesité más) que vi una vez de Hermano Mayor.

Ciclo «¿Te acuerdas?» – Parte 16 – Poseídos por el móvil mientras conducen

¿Te acuerdas...?

Cuando uno está conduciendo, realizar una tarea distinta a conducir es sinónimo de peligro. Sin embargo, hay mucha gente que está tan mimetizada con su móvil que debe pensar que se trata de una parte más de su cuerpo, y como tal hace uso de ella al volante. El problema que puede acarrear eso es que genere un accidente y envolver a alguien inocente en algo que no ha solicitado. Hace tiempo intenté concienciar a la gente de los peligros que conlleva utilizar el móvil mientras se está a los mandos de un vehículo. Pinchando aquí podéis llegar a la entrada en cuestión. Para los perezosos, la copio a continuación.


Hace un tiempo hablé de lo enganchada que está la sociedad en general a los teléfonos móviles actuales. Lo que no conté fue lo peligroso que puede resultar que esto le ocurra a un inconsciente con un carné que le permite conducir coches y que además hace uso de dicho permiso.

Ayer iba de camino a casa en mi coche. Iba circulando por una carretera de dos carriles que se encuentra entre dos rotondas. Es un trayecto recto de 1300 metros, con lo que la velocidad límite de 90 se puede alcanzar con facilidad si no hay demasiada circulación. Y ahí iba yo, luchando con mi cuentakilómetros para que se mantuviera en el rango 89-91, cuando de pronto noto que un coche me adelanta a gran velocidad (quizá a 120). Miré hacia él y vi a una chica mirando hacia abajo en lugar de hacia delante, que es por donde uno suele mirar cuando conduce.

Me adelantó y comencé a pensar y a llenarme de dudas. ¿Qué narices iba mirando, su entrepierna? Por la dirección de su mirada bien podría haberse tratado de eso, pero a menos que acabara de mancharse ahí con algo era poco probable. Entiendo que iba mirando otra cosa. Entonces pensé en la sonrisa que esbozaba mientras me adelantaba. ¿Y si lo que iba mirando era un móvil? ¿Y si estaba escribiéndose por whatsapp? Tampoco me habría extrañado, estoy seguro de que hay gente que cambia horas de sueño por vivirlas pegadas a su móvil.

Y volví a hacer los ejercicios de buena conciencia que acostumbro. Si de repente se encontrara con un frenazo, ¿cuándo se daría cuenta, cuando se hubiese metido en el maletero del coche que le precedía? ¿Y si hubiese algo en la carretera que tenía que sortear? ¿Y si algún coche de repente se hubiera dirigido hacia ella y hubiese tenido que esquivarlo? ¿Cómo lo iba a ver?

Lo más fácil con esa actitud es que el día menos pensado genere un accidente. Y en esas circunstancias, lo más sencillo es que alguien más (que seguramente vaya respetando el código de circulación) acabe involucrado con mejor o peor suerte. ¿Y si un día se lleva a alguien por delante y ocurre el infortunio de que ella sale adelante? A este paso, el día menos pensado leeré en los carteles informativos de las carreteras: «Tirar una colilla, 4 puntos. Ir whatsappeando, 6 puntos«.

Ciclo «¿Te acuerdas?» – Parte 15 – La utilidad de llamar a uno mismo

Te acuerdas de...

A muchos les ha pasado alguna vez. Le han pedido el número de teléfono a alguien, para cualquier cosa, y a la hora de dárselo han recibido como respuesta «Espera que lo busco… es que no me lo sé, como nunca me llamo…» Yo siempre me he preguntado qué tiene que ver una cosa con la otra, porque seguro que llaman a un montón de números de teléfono que no se conocen, simplemente porque los buscan en la agenda del móvil, le dan a la tecla de llamada y se despreocupan. El problema no es no llamarse, es que cada vez hacemos menos esfuerzo por aprendernos los teléfonos. Porque nadie que tenga más de 25 años puede decirme que no recuerda los teléfonos fijos de sus amigos de la infancia, adolescencia o juventud (según la edad). Incluso el de su casa (o casa de sus padres). Y a casa tampoco se llamaban mucho, que digamos. Sobre este tema hablé hace unos meses. Pinchando aquí podéis llegar a la entrada en cuestión. Para los perezosos, la copio a continuación.


Hay gente que tiene en la excusa su medio de vida para no reconocer que ignora o no sabe hacer algo. Muchos utilizan multitud de ellas y hacen de las mismas un uso constante. Me sorprende, además, la ingente cantidad de personas que las utilizan por evitar ‘parecer tontos’. Y esas son las que más se solían dar en mi oficina por parte de los ciudadanos.Yo parto de la base de que cada persona es distinta y que hay infinidad de cosas que desconozco, que se me olvidan, y que soy incapaz de aprender. Por tanto, si hay alguien que no sabe algo (dentro de unos límites, obviamente), lo último que pienso es que sea bobo. Por eso soy incapaz de entender ese miedo de algunos ciudadanos a no parecer lo suficientemente inteligentes por no saber algo que, supuestamente, tendrían que saber de sobra: su número de teléfono.

No son pocas las personas que cuando les pedía su número para actualizarlo en la base de datos me decían que tenían que buscarlo porque no se lo sabían. Y sin yo articular palabra, segundos después titubeaban: «Es que, como no me llamo…» A mí siempre me asaltó la misma duda: ¿qué tendrá que ver llamarse con saberse el número de teléfono? ¿Acaso al fijo de casa se llaman mucho? Seguro que no, y estoy convencido de que lo saben decir de carrerilla (incluso aunque ya no lo tengan). Supongo que influye más el hecho de no darle el numero de teléfono a nadie desde hace años, ni siquiera a una de las múltiples compañías que le abordan para venderle u ofrecerle algo. O el de no rellenar nada con sus datos, porque cualquier cosa que uno rellena necesita el nombre, los apellidos, el teléfono y luego el resto de cosas.

Generalmente, la gente se quedaba como más liberada después de decir esa frase (más común de lo que pensaba). Yo creo que pensaban: «bueno, al menos con esta razón de peso no pareceré tonto, que debo ser el único que no se sabe su teléfono«. Imagino que será el hecho de ser consciente de todas las cosas que no sé (al igual que muchos de los que me cruzo en la vida), o que no me importa si la gente piensa que soy un borrico o un superdotado (esto seguro que no lo piensan), pero si hay algo que no sé, no lo sé y ya está, no pasa nada. Y que los demás piensen de mí lo que quieran. De todos modos, al 90% de ellos difícilmente les recordaré si vuelvo a verles.

Ciclo «¿Te acuerdas?» – Parte 14 – ¿De cuándo es una foto reciente?

¿Te acuerdas...?

El término reciente es algo bastante relativo. ¿Qué se puede entender como reciente? ¿En base a qué? 50 años es algo reciente si lo que se busca es un hueso de hace millones de años. Pero si lo que queremos es comprobar el cambio físico de una persona, 5 años ya es mucho tiempo en cualquier caso. Sobre todo en menores de 10 años. Hace meses intenté arrojar algo de luz sobre lo que se considera una foto reciente, necesaria para realizar el DNI o el pasaporte. Pinchando aquí podéis llegar a la entrada en cuestión. Para los perezosos, la copio a continuación.


Soy consciente de que solicitar una fotografía reciente para realizar el carné es un problema para la mayoría de los ciudadanos. ¿Reciente? ¿Qué es reciente? Quiero decir, ¿qué podemos entender como reciente? La verdad es que esto es algo bastante relativo. Dependiendo de la situación y la persona, reciente puede ser más o menos tiempo. Sin embargo, además del criterio del funcionario debe salir a flote el sentido común del ciudadano. El problema es que casi nadie lo tiene en lo que a hacerse el DNI se refiere, y que es muy fácil dejarlo todo a la primera opción y así tener un objetivo claro a quién culpar en caso de problemas.

El límite hay que establecerlo en algún sitio, y para el caso del DNI la propia aplicación lo fija en dos años. Pero hay que ser coherentes. Parece evidente que en condiciones normales, para un adulto de más de 30 años una fotografía que tiene dos puede valer porque el cambio no es demasiado pronunciado. De hecho, hay personas que me han traído fotografías que sabía que tenían más de dos años y aun así las he aceptado porque el cambio en ellas no era sustancial. Sin embargo, para un niño de tres años, una foto de dos es como ponerle la de su hermano pequeño. El sistema ahí no dice nada al respecto porque está dentro del plazo considerado como permitido, pero en ese momento entra en acción el temido ‘criterio del funcionario‘.

Quiero matizar que aquí debería actuar también, y además con antelación, el sentido común de los padres, pero no ocurre. Así, me llega una persona con un niño pequeño y una foto de un bebé y no se la admito. Los niños pequeños cambian mucho por días, y los padres no son conscientes de que el carné de identidad no es el de un videoclub; de hecho es el que le permite a cualquier autoridad europea comprobar que ese niño es quien debe ser. ¿En qué lugar me deja esta situación? En el de un funcionario sinvergüenza que no quiere hacerle el carné al pobre crío, o que al menos pone muchas pegas para ello. Pero yo me quedo con la conciencia tranquila del trabajo bien hecho y de los razonamientos coherentes. Al fin y al cabo, si les hiciera el DNI así y luego tuvieran problemas en algún país y acabaran perdiendo un avión o similar, la culpa sería igualmente del maldito funcionario que no sabe hacer bien su trabajo. Al menos con esto tengo la culpa de ser un buen profesional.