Los Makdithilink

Contra BlogHace un año, 53 personas me ayudaron a escribir una historia. Aquí, bajo estas letras, empezaba el proyecto «Entre todos». Una historia dividida en cinco entradas que tenía un poquito de cada uno de los que pudieron participar. Acabó siendo una historia divertida, entretenida y con un hilo argumental bueno para haberse construido bajo el desconocimiento de la historia por parte de todos los participantes. Tan sólo conocían las últimas cinco frases que le había pasado el anterior y un pequeño resumen de datos básicos, nombres y lugares que yo les proporcionaba. Con eso tenían que seguir la historia con algo de sentido y coherencia. Y el resultado no fue malo. Alguien me propuso una vez hacer un libro con ella, y hoy, aprovechando que estamos en la prolongación laboral del día del libro, puedo decir que lo he logrado.

El resultado ha sido uno que sólo he colgado en Create Space y en Amazon Europa, porque no quiero obtener beneficios con las ventas, sólo la oportunidad de darle una copia a los creadores a precio de impresión. Y a todo aquel que quiera hacerse con una copia, claro. Como el libro tiene ilustraciones he realizado dos versiones del mismo, en color y en blanco y negro. He de decir que la impresión en color es más o menos el triple que la de blanco y negro.

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Para cualquier duda, aquí me tenéis. Mis copias de Amazon ya están de camino. Si os animáis, espero que el resultado sea de vuestro agrado.

Entre todos (Parte 5) – FIN

Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4

Los ojos de Diego se clavaron en ella viendo cómo una lagrima se dibujaba en su rostro, y en ese momento y a modo de película todos los fotogramas comenzaron a ordenarse ante sus ojos. Para Diego todo cobraba sentido, pero de alguna manera sentía que debía parar lo que estaba aconteciendo, no era justo: el antídoto, Frank y el Doctor García-Rojo… todo mezclado en su mente, el rostro de María paralizado, sus ojos cerrados fuertemente y de nuevo aquel acantilado. En ese preciso instante y sin saber por qué, Diego se abalanzó sobre ella y juntos, fundidos en un fuerte y doloroso abrazo, cayeron al vacío. El viento chocaba entre sus manos, sus corazones latían con fuerza y una luz cegadora comenzó a brotar de ese abrazo; ni los mismos Makdihthilink sabían hasta dónde llegaban sus poderes. Pero el amor verdadero… El amor verdadero consiguió aunar poderes y hacer que los pensamientos se hicieran fuertes, una mezcla de pensar y sentir, sin dobles intenciones, que produjo un poder indestructible, basado en los deseos de ambos, cuyo resultado fue hacerlos posibles. La desaparición del virus era en lo único que pensaban al estar abrazados, en que ese virus nunca tenía que haber existido, o al menos no haber sido mortal. Al desaparecer la luz, María se dio cuenta de que Diego estaba inconsciente, cerca de ella, pero no puedo acercarse; también vio a Frank, acostado en una camilla, observándola fijamente. Y ella… ella se sentía mareada, sin apenas fuerzas para decir nada, podía distinguir al Doctor García-Rojo, con una gran sonrisa y un brillo especial en sus ojos. Algo había ocurrido en aquel acantilado, pero ahora estaba en… no sabía muy bien dónde se encontraba.

La sala recogía olor a probetas y los destellos de los fluorescentes la cegaban en ocasiones; miró al Doctor García-Rojo buscando algún tipo de respuesta que la tranquilizara, le dolía todo el cuerpo y tenía la sensación de haber recorrido mil años luz desde que abrazó a Diego y todo empezó a desvanecerse.

— Tranquila —añadió el Doctor—, el desastre por fin tiene los días contados. Frank me ayudó a localizaros y os recogimos en el valle el día en que os precipitasteis, desde entonces os he tenido en una meticulosa observación durante semanas, realizándoos transfusiones de Frank, y he descubierto que cuando los Makdihthilink os enamoráis desarrolláis una enzima protectora. A partir de ella he generado este fluido que os permitirá respirar el antídoto sin problemas a todos los Makdihthilink, y además es inocuo para los humanos, por lo que por fin podréis propagarlo entre ellos, sin miedo a que vuestra especie desaparezca. ¿No os parece genial?, en el amor radica la solución y la clave, hasta en cuestiones extraterrestres… —concluyó con una sonrisa.

El Doctor García-Rojo había sonreído, pero ellos no tanto, claramente les había encajado lo que en el lenguaje de los humanos se llamaba «un marrón». Tenían que lograr que los humanos, esos seres que se pasaban la vida pegándose, enzarzados en guerras a las que, para disimular, llamaban conflictos, inhalasen el fluido. La cuestión era cómo. Tal vez introduciéndolo de alguna manera en ese combustible que usaban para desplazarse y que emponzoñaba sus cielos lo lograrían; al fin y al cabo, era lo que respiraban a diario mezclado con el oxígeno. Tal vez. Conocían su objetivo y dudaban de si la manera sería la adecuada pero se dispusieron a ello. Comenzarían por la ciudad, y María, Diego y Frank se dividieron las zonas de la misma para ir por la noche. Iban a utilizar la capacidad de hacerse invisibles para introducir el antídoto en todas las gasolineras de la ciudad. ¿Funcionaría? Tenían pocos días, había que actuar ya o sería una catástrofe.
Se reunieron en casa de Frank poco antes de la media noche. Después de beber un café, cada quién partió rumbo a la zona que tenía asignada. Los nervios se apoderaron de ellos, todo tenía que salir conforme a lo planeado. Gracias a sus poderes no fueron captados por ninguna cámara de vigilancia. Después de acabar regresaron a la casa de Frank y esperaron hasta el amanecer. A las 7 de la mañana sonó el móvil de María, era el Doctor:

— Parece que vamos por el buen camino chicos —le dijo notablemente animado.

María dirigió una mirada cómplice al resto y respiró hondo. El contenido de las 5 cantimploras que llevaba diluido el antídoto ya estaba esperando en los depósitos de las tres gasolineras de la ciudad. Todos los coches que repostaran ese día se iban a encargar de que la cura viajara lejos. Ya estaba todo organizado y según el plan del Doctor, más las propias sugerencias de María, Diego y, Frank, no quedaba otra que dividirse. De ese modo María tenía las coordenadas de unas gasolineras, al igual que Diego, que antes de marcharse, la abrazó muy fuerte mientras que Frank les cortó:

— Vamos chicos, la humanidad depende de los antídotos, cuando cada uno este en cada gasolinera, que avise al resto.

Y de eso modo, se separaron. Integrados como si fueran de la tierra, se dirigieron cada uno al punto correspondiente. Para ganar tiempo, Diego y Frank decidieron utilizar la hipervelocidad, María no estaba en la misma onda, optando ella por teletransportarse, la velocidad no le gustaba y su elección le permitía centrarse con claridad en su cometido. Algo le daba vueltas, una especie de presentimiento sin forma que la inquietaba. Prácticamente al instante de haber iniciado su “viaje” se hallaba cada uno en el lugar exacto que se habían asignado antes de la partida y mediante telepatía confirmaron sus posiciones, aprovechando la conexión para “comentar” algunos detalles sobre el método más conveniente —y rápido— de mezclar con éxito el antídoto y la gasolina, no había tiempo que perder.

Lo que María presenció confirmó aquella inquietud que se había instalado en su estómago, “su” gasolinera estaba abandonada, por el aspecto que presentaba daba la sensación de llevar así mucho tiempo, los surtidores habían sido arrancados, los depósitos no existían, en su lugar se abría un enorme hueco, parecía que hubiese caído una bomba allí. Mientras María pensaba que era posible que aquella zona hubiese quedado deshabitada debido a la epidemia —¿por qué si no habría sido cerrada la gasolinera?— un individuo se acercó sigilosamente por la espalda, propinándole un golpe en la cabeza con un objeto contundente que la envió al vacío del agujero; en su vuelo no pudo evitar un pensamiento desolador: de alguna manera, su misión había terminado…

También pensó, mientras volaba, mientras caía, en Diego, en Frank, en el contagio, en el antídoto, en la gasolina, en… Y luego, un instante o una eternidad después, abrió los ojos y la deslumbró tanta luz, ella tumbada de espaldas en una camilla acolchada con una especie de cuero blanco. Se incorporó, miró alrededor, no vio paredes, suelo, límites, como cegada por tanta luz lechosa, pero al fin reparó, a su derecha, en una camilla que, como la suya, parecía flotar en una nada de puro algodón, y en el hombre tendido de espaldas, acaso inconsciente, sobre ella; y reparó a continuación en otra camilla a su izquierda, ocupada por un segundo hombre tan inmóvil como el primero. ¿Eran Diego y Frank? Fue entonces cuando oyó la voz.

— Puede parecértelo, pero no estás muerta; esta vez has tenido suerte. No me busques —afirmó la voz de forma inquietante mientras María miraba temerosa en todas direcciones—, no soy materia para ti, ni para los desdichados humanos que quieres salvar, algo que casi consigues.
— ¿Quién eres?, dime… ¿qué ocurre, dónde estoy? —preguntó asustada María.
— Soy el Hacedor, el que juega la partida. Mi contrincante me lo está poniendo difícil, él es quien quiere salvar a los humanos, yo no.
— ¿El Hacedor? —dijo María, entornando sus ojos ante la intensa luz que envolvía su cuerpo.
—Shhh… aquí soy yo quien pregunta, y tranquila, no estás sola.

La voz terminó en un susurro casi imperceptible, y María cerró sus ojos con fuerza, intentando remover algunos de sus poderes para comprender adónde había caído, quién o qué era esa voz tan soberbia que la arrastraba a un lugar tan desconocido. Sus ideas giraban como una noria en su cabeza, se sentía desmayar. Intentó transportarse a otro lugar, buscando a Diego o a Frank, pero cuando abrió los ojos, lentamente y con temor, se vio a sí misma flotando en la misma sala, sin techos ni paredes.

— ¡Es inútil que te esfuerces! —exclamó la voz sonando desgarradora de nuevo—, tú sola no tienes poder suficiente para derrotarme, el Exterminador era el único que podría conseguirlo y tan siquiera habiendo adquirido el cuerpo de un humano fue capaz de hacerlo posible —explicó mientras de la nada aparecía flotando el cuerpo inerte del Doctor—. Los Makdihthilink sois una raza inferior y sólo una de las vuestras entre diez millones puede hacerme frente utilizando la Regeneración Unificada, necesitando un amor puro, eterno e incondicional con otro de los de tu especie, y un tercero con la misma sangre… ¡y mira dónde están tu querido Diego y tu hermano Frank! —gritó mientras los cuerpos que tenía alrededor se giraban hacia ella dejando ver la desfiguración en los rostros de Frank y Diego—. Gracias a vosotros, podré dominar y exterminar a voluntad vuestras míseras razas… ¡hasta nunca María! —concluyó la voz, al tiempo que la luz blanca se convertía en la más profunda oscuridad tras una intensa explosión lumínica.

María despertó de repente en el primer piso que tuvo en la Tierra, con una sensación extraña en la cabeza, mirando alrededor aturdida, envuelta en sudor, respirando un fuerte olor a canela de un bizcocho recién hecho y con la necesidad de darse un baño, y mientras lo llevaba a cabo sonó la puerta. Tras el susto inicial, ralentizó sus pulsaciones y pensó pausadamente; transcurridos unos segundos preguntó «¿Diego?», y cuando obtuvo un «sí, soy yo» como respuesta desde el otro lado de la puerta, María sonrió y se deslizó al interior de la bañera: ahora ya sabía lo que debía hacer.

Entre todos (Parte 4)

Parte 1
Parte 2
Parte 3

— ¡¿Teletransportación?, ¿pero qué dices?! —gritó María, incrédula, ante lo que Diego le contó que, debido a la distinta relación espacio-tiempo de la Tierra, en ese momento de miedo, algo similar a la adrenalina le había hecho correr a la velocidad de la luz a un lugar seguro.
— Fue tu instinto el que te guió al moverte más rápido que tus pensamientos; por eso pudiste llegar tan rápido a tu casa, nosotros nos dimos cuenta de lo que te había ocurrido gracias al localizador que te puse en el bolsillo antes de salir hacia el Museo —le contó Diego.
— ¿Por qué no me dijiste que me ponías un localizador?, ¿no confías en mí? —dijo María acercándose lentamente a Diego y dejando solo milímetros de separación entre sus bocas—, ¿dónde le habéis encontrado?
— Pues… mmmm… —balbuceó Diego separándose bruscamente, rompiendo la burbuja de tensión que se había formado alrededor de ellos—, te habíamos seguido y estábamos cerca del Museo, por lo que al teletransportarte acudimos y vimos al impostor en el suelo; nos lo llevamos a un lugar apartado y Frank utilizó sus «métodos» para decirnos qué había ocurrido con el Doctor. Decidimos entrar en los garitos de los alrededores a buscarle, y en el último que entramos, el olor a alcohol embargaba todo, el camarero estaba apoyado en la pegajosa barra y ni siquiera levantó la vista de la revista que tenía entre las manos. «Buscamos a un hombre…», le dije, y el camarero hizo un gesto hacia una mesa, añadiendo «hace horas que lo han dejado ahí y no se ha movido ni para ir al baño». Cogimos al Doctor García-Rojo entre los dos, poniendo sus brazos alrededor de nuestros cuellos y salimos rápido a la calle, llegamos a la fuente que hay en la plaza nueva y metimos su cabeza en ella para despejarle; cuando recobró el sentido, le explicamos dónde le habíamos encontrado y qué queríamos de él, está con nosotros María, estamos juntos…
— Bueno… ¿y cuál es nuestra misión ahora? —preguntó María después de asimilar durante unos segundos lo que acababa de escuchar y ante la mirada tranquilizadora de Diego.
— Nos enfrentamos a un virus ARN —comenzó el Doctor sonriendo— y necesita su retrotranscriptasa para crear ADN con el que introducirse en las células humanas y reproducirse; durante estas semanas he desarrollado un antídoto que destruye dicha enzima para evitar que se reproduzca y lograr así que se extinga. Vuestra misión es tan simple como ayudarme a prepararlo y extenderlo por la mayor cantidad de lugares posible para que los humanos lo respiren. He de advertiros —prosiguió el Doctor— que, al haber modificado el virus para salvaguardar la especie humana, éste se ha convertido en letal para los Makdihthilink que lo respiren y, dada la gravedad de la situación, no va a resultar posible avisar al resto de vuestros compañeros para que puedan ponerse a salvo. Cada segundo que perdamos estaremos multiplicando exponencialmente las posibilidades de aniquilación de nuestra especie.

Diego buscó los ojos de María intentado encontrar una solución en ellos al dilema que se les presentaba, pero sólo encontró frialdad, un brillo acerado en el fondo de su pupila que le confirmó sus más amargos temores.

— María, nos necesitan, no podemos dejarles morir así, sin intentarlo siquiera —se le quebró la voz al imaginar el final tan cruel que esperaba a los suyos—, tú puedes localizarles con tu dectógrafo si están cerca… por favor…

María apretó los labios con rabia, formando una delgada línea en su rostro, sabiendo que la decisión que acababa de tomar cambiaría para siempre su vida y el curso de la historia tal cual se conocía, pero no podía permitirse dudar en esos instantes, la suerte estaba echada.

— Diego, ¡¿es que no entiendes la situación?! Lo siento, pero no nos podemos arriesgar de esta manera, sabes que si lo hago corremos el riesgo de contagio y de todas maneras ya es demasiado tarde para tratar de encontrar una solución —aseveró María.

Diego no podía creer lo que estaba escuchando, a María no le importaba lo mas mínimo no ayudar a los suyos, ¿cómo podía ser tan fría? María se quedó molesta y pensativa a la vez, tenía sentimientos encontrados porque no podía permitir que le ocurriera nada a Diego, ¿por qué la ponía en esa situación?

— María, ¿es tu decisión final?, ¿estás segura? —preguntó Diego.
— ¿La decisión final?, ¿salvar a los suyos dejando desaparecer la humanidad entera?, ¿salvar  a los humanos sacrificando a los suyos, a Diego, a Frank? —pensaba María estremeciéndose con la idea de que a Diego le pudiese ocurrir algo.

Mientras, Diego, incrédulo y sorprendido le miraba esperando una respuesta.

— ¡Todavía tenemos tiempo para luchar María, nunca nos perdonarán en Makdihth por no cumplir nuestra misión! —le indicó Diego.
— La culpa de todo esto es nuestra y nosotros mismos tenemos que salvar este planeta —le contestó María—. Ha llegado el momento de confesaros algo, antes de salir de Makdihth me confirieron el Último Poder que sólo debería utilizar en caso de extrema peligrosidad, puesto que después de hacerlo moriré… pero he tomado la decisión y haré uso de él —concluyó María.
— ¿Qué poder es ése? —preguntó Diego.
— Es muy peligroso, que lo sepas.

María dudó por unos instantes, apesadumbrada; miró los ojos impacientes de Diego, y por fin tragó saliva y dijo:

— Sé cómo retroceder en el tiempo de La Tierra. Puedo volver hasta antes de expandir el virus… puedo salvar este planeta… y a vosotros dos. Pero Diego, antes de que digas nada quizás hay algo que deberías saber. Si retrocedo en el tiempo es muy probable que tú y yo no nos volvamos a ver. Es más, es muy probable que el mundo que hoy te rodea no se parezca en nada al que te tendrás que enfrentar. Nadie, ni yo misma, sabe si será para mejor o para peor, de lo que no hay duda es que será completamente diferente. Lo más importante —prosiguió María con tristeza en sus ojos— es que te echaría mucho de menos.
— ¿Y cuál es el peso real de una ausencia, un simple echar de menos, comparado con la posibilidad de evitar una más que probable extinción? —replicó Diego apartando su mirada de la de María.

No existía otra opción, sabía que ella tenía que hacerlo, no era por ese afán de narcisista heroicidad que se les presuponía a los Makdihthilink, no, era tan sólo el destino.

— María, me da igual, sabes que te aprecio y hasta podría llegar a quererte, pero tienes que irte… Entiéndelo, de este viaje depende el futuro de nuestra especie.

Sin tiempo para lágrimas inútiles, María introdujo su mano derecha en el bolso y buscó con el tacto de sus dedos la forma de su desactivador monoaural. Sin embargo, cuando entró en contacto con el aparato, tuvo una idea fugaz, un haz de luz que se encendió en su cerebro y que se apagó tan rápidamente que casi no le dejó tiempo para procesar. Con un rápido movimiento, María se abalanzó sobre Diego y, tras rodearlo con los brazos, sin dejarle posibilidad alguna a una huida, pensó con intensidad en aquel acantilado que un día visitaron. En un abrir y cerrar de ojos, ambos se encontraban en aquel lugar apartado de la civilización.

— María… pero… ¿¡qué has hecho!? —preguntó, incrédulo.
— Has dicho que debía irme… y he hecho exactamente eso.

Diego contempló a María mientras su mente intentaba entender qué había sucedido, y se dio cuenta que se debatía entre hacer dos cosas muy diferentes: recriminarle su actuación o tomarla entre sus brazos y comérsela a besos.

— ¡Qué carajo! —pensó.

No sabía lo que iba a ocurrir después de todo, y él no se iba a ir sin probar el sabor de su boca, por lo que se acercó a ella y sin darle tiempo a reaccionar la abrazó con fuerza. María se dejó aprisionar por aquellos brazos fuertes, pensando en cuanto había deseado que llegara ese momento, pero un sentimiento parecido a la premonición se dibujó en su mente y cuando sus labios se juntaron con los de Diego una fuerza, que no supo de donde llegaba y que era más poderosa que ella misma, la impulsó hacia atrás. Y entonces, lo entendieron.

Entre todos (Parte 3)

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Parte 2

El militar en su interior sabía que su plan no acabaría bien, bien para él, entiéndase. Sí, se redimiría de los errores cometidos en el pasado, pero pagaría un alto precio, pagaría con su vida. Había tomado la decisión y no habría marcha atrás. Pasearía entre el caos hasta llegar a la nave, manipularía los controles para cortar la emisión de ese humo rojo tóxico y ¡pum! No habría gloria, pues nadie sabría de su transformación en un héroe.

Aunque desconfiado, Diego tomó el trozo de papel y lo guardó rápidamente en el bolsillo trasero de su pantalón. No se despidió del militar, y mediante un evidente gesto con la cabeza indicó a María y a Frank que efectivamente tenían que salir de allí cuanto antes. Corrieron durante los minutos necesarios para dejar bien atrás a la muchedumbre y las autoridades que ya habían llegado a la plaza y, una vez a salvo, Diego sacó la nota de su bolsillo y la leyó en voz alta: «19:30 Entrada Sur Museo de Historia Natural, María SOLA».

— ¡Maldito cerdo! De ningún modo vas a reunirte tú sola con ese imbécil —gritó Diego indignado.
— Tengo que hacerlo si queremos saber dónde está el Doctor —aseveró María.
— ¡De acuerdo! Pero antes tenemos que hablar con nuestro contacto en la policía, el inspector González, para ver si puede ponerte un micro y una patrulla para vigilar el encuentro —dijo Diego.
— ¿No será muy arriesgado ir con un micro?, ¿y si nos descubre? —preguntó aterrada María.
— ¡Tranquila María, estaremos ahí contigo por lo que pueda ocurrir! —exclamó Diego tranquilizándola.

María se quedó un poco más tranquila, pero no podía evitar tener muchos pensamientos en su cabeza, se iba a encontrar con una trampa, así que lo mejor era continuar con el plan que había propuesto Diego.

— De acuerdo, lo haré, pero nada de micros, tenemos poco tiempo y me da pánico que me descubran, quién sabe de qué serán capaces -indicó María.

Desde que se dieron cuenta de que son portadores de un virus que afecta a los humanos, Diego y su equipo habían centrado sus esfuerzos en experimentar con ADN, para descubrir dónde estaba la clave que hiciera compatible la vida de ambas especies en el planeta. El problema era que no podían seguir desviando fondos, los militares supervisaban todo estudio científico que les parecía sospechoso y a pesar del prestigio ganado tras años de trabajo en las clínicas y los artículos publicados sobre ADN, debían tener cuidado de no ser descubiertos. El Doctor García-Rojo era su última esperanza, era experto en genética y se rumoreaba que tenía un hijo afectado por el virus, con lo que podría ser el único humano que había logrado vivir con normalidad portando la enfermedad. El objetivo de María sería descubrir si era cierto, y comprobar si podían trabajar en equipo con él.

A las 19.30 María se encontraba puntual en la puerta acordada, y aunque el Museo de Historia Natural cerraba sus puertas a las 19 horas aún había guardias de seguridad dirigiendo a los visitantes hacia las salidas. Se había levantado aire y María, incómoda, se subió un poco más la cremallera de su chaqueta. Sus pensamientos volaron hasta Diego, al que había costado horrores convencer para que se quedara en el piso franco y no se empeñara en colocarle el puñetero micro, y aunque no había rastro de él por ninguna parte, María no tenía demasiadas esperanzas en que le hubiera hecho caso. La puerta sur del museo estaba ya en penumbra, solitaria, cuando María escuchó unos pasos justo detrás de ella; en el momento en que su dectógrafo empezaba a vibrar, se giró.

— Me han llegado rumores de que está usted buscando al Doctor García-Rojo —dijo una voz que le resultaba extrañamente familiar.
— Le han informado a usted bien… ¿Doctor García-Rojo? —dijo María girándose hacia la persona que le estaba hablando.
— El mismo, pero haga el favor de acompañarme al interior del museo, aquí fuera no estamos seguros ninguno de los dos.

El médico se dio la vuelta sin esperar a comprobar si María le seguía cuando su dectógrafo, que llevaba camuflado dentro de un gran bolso vibró con más intensidad avisando a su dueña de que el hombre al que seguía era un impostor, un Makdihthilink. No hubieron traspasado la puerta del museo cuando María se abalanzó sobre el falso Doctor García-Rojo propinándole un tremendo golpe en la base del cráneo y haciendo que el hombre se desplomara como un monigote. Con el impostor en el suelo, a su merced, pudo pasar por su cabeza el desactivador monoaural que le garantizaba un auténtico pelele al menos para tres o cuatro horas, y acto seguido llamó a Diego. El teléfono envió varias llamadas sin obtener respuesta, y como María no soportaba estar más tiempo junto al impostor del Doctor García-Rojo, agarró fuertemente su bolso y echó a correr tan desconcertada que confundió la puerta de la Entrada Sur del Museo, por la que minutos antes había entrado, con el almacén. Allí, permaneció inmóvil detrás de un gran oso disecado al escuchar la presencia de varias personas en el pasillo; al menos eran dos hombres, quizá tres, e iban a descubrir al Doctor tirado en el suelo, con lo que se sintió en peligro. En ese mismo instante se dio cuenta de que su dectógrafo no estaba en su bolso, ni en sus bolsillos.

— ¡Ahora sí la he liado! —murmuró—, van a descubrir el instrumento vibrando junto al cuerpo del Doctor. ¿Cómo puedo ser tan torpe?, ¿se me habrá caído?

Miró a su alrededor intentando buscar una solución, temiendo el momento en que descubrieran al impostor, y después a ella. Notaba su corazón latiendo con fuerza, tanto que casi podía oírlo y, para intentar mantener la calma, cerró los ojos y se imaginó en un lugar seguro, en su lugar favorito, en el primer piso en el que vivió cuando llegó a la Tierra. A pesar de ser pequeño era acogedor y recordaba especialmente la diminuta cocina en la que hacía bizcochos de canela los domingos y cómo todo quedaba impregnado del afrodisíaco aroma. Empezó a calmarse y respirar lentamente, sintiéndose a salvo en su pequeño mundo, percibiendo el olor cada vez más fuerte, más intenso, más cercano, tanto que empezó a abrir los ojos extrañada. Estaba mareada, la habitación daba vueltas pero se dio cuenta de que no era la misma, reconociendo los muebles a su alrededor, las paredes que la rodeaban y el bizcochón humeante encima del poyo antes de caer extenuada. Cuando volvió en sí tenía fiebre. Esa que le daba de vez en cuando sin razón aparente, antes de que desarrollara sus poderes, recién llegada de Makdihth. Se sentía sudada, pegajosa, maloliente, y la luz que entraba por la ventana de vidrio le hería los ojos de tanto que le dolía la cabeza. Había viajado en el espacio, y no sabía si lo había hecho también en el tiempo. Se levantó despacio, aguantando las nauseas que le provocaba el penetrante olor a canela del bizcocho que acababa de salir del horno, segura de que un baño le ayudaría a reponerse. Se dirigió al baño, y mientras la bañera se llenaba de agua, echó unas gotas de su jabón favorito y empezó a formarse una frondosa espuma; ya dentro de la bañera y mientras intentaba aclarar sus ideas, alguien llamó a la puerta, lo que le hizo levantarse de un brinco y coger lo primero que encontró, su cepillo de dientes.

— ¿Quién anda ahí? —preguntó María asustada.
— Soy yo, Diego —respondió desde el otro lado de la puerta.

María abrió la puerta corriendo sin acordarse de que estaba completamente desnuda; Diego la miraba atónito y ella corrió a ponerse una toalla mientras le preguntaba qué había ocurrido, qué hacía allí, y le pedía escuchar de su boca que nada malo ocurría. Diego le indicó que se vistiera y la llevó al salón, y cuando vio sentados en el sofá a Frank y al Doctor García-Rojo con varios planos y cientos de papeles sobre la mesa, Diego comenzó a explicarle lo que había ocurrido para intentar borrar de su cara esa expresión atónita.

Entre todos (Parte 2)

Parte 1

Frank colgó y rápidamente paró un taxi, con todo el estrés podría empezar a correr demasiado rápido y no quería llamar la atención de la gente a su alrededor. María por otra parte asumió que Frank no iría en su ayuda, como siempre, ese hombre solo la metía en problemas y luego se iba con alguna humana tonta y era ella la que tenía que solucionarlo todo.

— No viene —dijo María mientras la corriente de agua empezaba a aumentar su caudal— ¡Esto es culpa de Frank, más vale que ese idiota se digne a mostrar un pelo que si no…! —gritó María tratando de detener junto a Diego el caudal de agua con cualquier cosa que encontraban.
— ¡Ya estoy aquí, cielo, realmente no veo cual es el problema! —dijo Frank apareciendo de la nada y con una sonrisa de paz y tranquilidad que hizo a María reventar de rabia.
— ¿Pero tú ves normal llegar en el estado que vienes? —le soltó una María iracunda a Frank. Y es que, como ella se temía, Frank estuvo haciendo de las suyas con un par de humanas en un famoso local tomando unas copas.
— Dejadlo, que tenemos cosas más importantes entre manos, ¿no os parece? —gritó un Diego exasperado. Y es que el valeroso Diego había conseguido arrancar de la pared unos toldos de un negocio cercano, con los que se proponía hacer una presa que contuviera el caudal descontrolado.

De lo que ninguno de los tres se había percatado es que, por su espalda, se acercaba a una velocidad considerable un vehículo de reparto que había perdido el control. Diego soltó el toldo que tenía en la mano y se abalanzó sobre María cayendo sobre ella en la acera, Frank lo esquivó pegándose a la pared y el vehículo de reparto siguió su camino descontrolado hasta chocarse contra una farola. Trascurridos unos segundos Diego se levantó del suelo y le tendió la mano a María para ayudarle a levantarse y Frank les gritó:

— ¡El vehículo está en llamas, va a explotar, corred, corred!

Pero Diego y María no le oyeron, estaban absortos contemplándose el uno al otro después de tanto tiempo, ajenos al caudal de agua que les amenazaba por un lado y al fuego inminente por el otro; la historia vivida en Makdihthilink no estaba olvidada.

— No es momento de eso, hay que encontrar la nave y volver a nuestro mundo —les dijo Frank visiblemente enfadado mientras arrastraba a ambos por los brazos hacia una estrecha callejuela que los pondría a salvo, al menos de momento.
— No tenemos tiempo —dijo Diego— todo ha empezado ya, tenemos que encontrar al Doctor García-Rojo antes de que sea demasiado tarde, la infección se ha extendido más rápidamente de lo que esperábamos.
— ¿De qué hablas Diego? —gritó Frank—. Nos aseguraron que en la Tierra estábamos a salvo, llevamos muchos años trabajando con los humanos para que todo se eche a perder de esta manera; si no lo resolvemos pronto, nos quedaremos atrapados aquí para siempre.

Diego no supo qué decir, solo pudo mirar a María con pasión y complicidad. Esta situación ya la habían vivido antes, en otros cuerpos, en otro planeta, en otra época, en otro momento de sus vidas.

— ¡Hay que moverse! —exclamó Diego.

A duras penas se hicieron paso entre los escombros y la gran cascada de agua oyendo gritos, lamentos, sirenas… y la plaza se sumió en un profundo caos.

— ¡María, pásame el dectógrafo! —solicitó Diego extendiendo la mano hacia ella a la vez que observaba el cielo ¡tiñéndose de rojo!
— ¡Toma, aquí lo tienes, tendría que funcionar! —apuntó María—. Pero ten cuidado, sabes que el dectógrafo es el único medio que hay para distinguir a los Makdihthilink de los terrestres, y saber dónde se ocultan. Si este aparato cayera en manos erróneas, sería el fin para todos.
— No te preocupes María, sé lo que me hago —le dijo Diego.

En el momento en que María hizo el gesto de entregar el aparato alguién golpeó a Frank por la espalda y éste cayó desplomado.

— Pero.. ¡qué diablos…! —dijo Diego volviéndose a tiempo de ver como caía Frank y a un hombre con uniforme militar que les apuntaba con una pistola.
— Quizás podrían tener la amabilidad de entregarme el dectógrafo —dijo el desconocido con una sonrisa cruel en el rostro— sería una pena tener que utilizar la fuerza.
— ¡No! —gritó María estrechando el dectógrafo entre sus brazos—. Tendrá que disparar… —continuó María.

El militar apretó el gatillo, pero María usó su poder mental para desviar el disparo. Diego aprovechó el desconcierto de aquél y con su rapidez avanzó hacia él y le quitó el arma.

— ¡Ahora va a decirnos para quién trabaja! —gritó Frank.

El militar soltó una carcajada mientras volvía a avanzar hacia ellos, ya repuesto de su sorpresa.

— ¿Quiénes creéis que sois para tratarme así? —respondió el militar.

Con ese aire de insuficiencia que a algunos imprime el cargo, el militar se repuso una vez pasado el susto que le produjo quedar fuera de juego.

— Tratamos de localizar al Doctor García-Rojo —dijeron al unísono María y Diego.

Hacía diez años que sus esfuerzos no se unían, pero era el momento de actuar, no podían permanecer impasibles ante semejante destrucción.

— Nuestra experiencia nos dice que a pesar del virus que se ha extendido en esta ciudad, los humanos aún pueden ser salvados… si nos deja —afirmó María.
— No hables así, no lo digas como si el fracaso fuera una opción, no lo es —recriminó Diego mirándola directamente a los ojos, y ella no supo si se refería a la misión o al deseo que había nacido entre ellos tras su reencuentro—. ¿Sabe dónde está? —dijo, esta vez dirigiéndose al militar.

Después de hacerle sentir humillado no les iba a poner las cosas tan fáciles, él era un militar y no iba a permitir que tres desconocidos con aires de grandeza le pasaran por encima.

— En esta vida todo tiene un precio, ¿no creéis? —les dijo, con un fingido ademán de superioridad.

María y Diego se miraron con la complicidad que da conocerse desde hace mucho tiempo y no hicieron falta palabras, necesitaban al Doctor García-Rojo y harían lo que fuera por localizarle. Tenían que trabajar con premura, el virus estaba haciendo estragos entre la población. Ni sus poderes ni su entrenamiento les habían servido para encontrar a la única persona que podía pararlo, el Doctor García-Rojo. Había que andar con pies de plomo. No podían confiar en nadie excepto en ellos mismos y la misteriosa desaparición del Doctor había provocado las sospechas de María. ¿Podría ser que el único capaz ayudarles fuera el mismo que había provocado el caos en la plaza?

— ¿Y cuál es el precio? —se apresuró a preguntar Diego, y automáticamente, los tres Makdihthilink, perdieron su mirada en la del militar, que sonreía henchido de satisfacción.

Un estruendo en la plaza interrumpió la conversación, el aire estaba totalmente contaminado de color rojo y de gritos histéricos. ¿Pero qué estaba pasando? Una nueva expresión nerviosa ceñía el rostro del militar que, sin mediar palabra, sacó un papel, escribió en él a toda prisa y se lo entregó a Diego.

— Marchad de aquí —les dijo, y su mirada expresaba miedo.

Entre todos (Parte 1)

María llevaba 25 minutos esperando en la puerta del Bar Salvador. Le gustaba llegar con tiempo a los sitios, era una de sus virtudes. Comenzó a mirar impaciente el reloj, pero los minutos avanzaban lentamente. ¿Y si al final decidía no aparecer? ¿Sería capaz de reconocerle?

Se giró con nerviosismo cuando oyó la puerta abrirse tras ella. La figura que apareció iba completamente tapada debido al frío invierno de la ciudad. María sintió que el corazón le latía rápidamente cuando esa figura posó su mirada en ella. ¿Sería él, sabría él reconocerla a ella? María se volvió a girar asustada por las sensaciones, no se atrevía a mirar, y entonces… alguien le tocó el hombro. María se sobresaltó al sentir esa mano en el hombro y se dio la vuelta. Sí, era él; ahora que estaba tan cerca de ella, no cabía duda. Su aspecto había cambiado un poco pero su mirada era inconfundible. Después de tanto tiempo sin verse, ahí estaban los dos. Estaba emocionada con aquel reencuentro. Cuando se despidieron se habían prometido que no habría ningún tipo de contacto hasta ese día, era la única forma de que funcionara el plan. Al principio le supuso un infierno, pero poco a poco aprendió a convencerse de que él nunca había existido. Vivió su vida ajena a lo que había ocurrido aquel invierno, eso sí, no pudo echar raíces de ningún tipo, de ser así lo habría estropeado todo. Hacía una semana por fin había recibido la esperada carta. «Han pasado diez años, es hora de seguir con el proyecto».

Diez años que pasaron como un soplo, en los que ella apenas fue consciente del vuelo de los días; pero, ¿y qué había de extraño en ello? Al fin y al cabo, el tiempo siempre había sido así para los de su especie. Desde aquel lejano hormiriton —la unidad temporal de los Makdihthilink, habitantes del planeta Makdiht— en que sus naves descendieron, habían ido asemejándose más y más a los habitantes de aquel extraño mundo en el que todavía se sentían extranjeros. Sin embargo, nada habían podido hacer para dominar completamente el tiempo, tan y tan distinto al suyo. Tan frágil; tan etéreo. Diez años en los que había conocido el significado de la palabra miedo porque aterrizar en aquel lugar extraño había sido aterrador. Diez años en los que supo lo que significaba añoranza de su otra vida y de su otra casa. Diez años terribles en los que había cobrado vida la palabra angustia sin saber lo que le esperaba cada nuevo día en aquel lugar extraño, teniendo que aprender de nuevo cada paso que daba. Diez años en los que tuvo que mantener la serenidad para no caer en la locura absoluta cada vez que se equivocaba en las cosas más absurdas. Y diez años en los que jamás pensó que descubriría lo que significaba la palabra amor.

Con todas esas emociones anquilosadas, María alzó la cabeza y miró alrededor. Sabía el lugar que buscaba, sabía a quién y sabía por qué. Sin embargo se estremeció ante su latir precipitado, ante su ahogo en el estómago, ante el escalofrío punzante de su espalda. Descubrió que lejos de petrificarla, todas esas sensaciones la habían dulcificado y habían dirigido sus pasos hacia el lugar prefijado, hacia su ansiado encuentro. Sabía que una vez allí, se disiparían todos sus miedos y el proyecto cobraría vida, tal y como se habían prometido hacía una década. Emprendieron el camino calle adelante hasta la plaza, como habían acordado hacía tanto tiempo; el momento había llegado y no había marcha atrás. Él sonrió tranquilizándola por completo, si quedaba algún rastro de duda ésta se evaporó enseguida. Sin mediar palabra se abrazaron y una lágrima rodó por la mejilla de ella, mientras él dejaba que la tensión acumulada en los últimos años desapareciera por completo. Empezaron a caminar de nuevo y ella le siguió sin mediar palabra; confiaba en él, y después de tantos años separados volvían a estar juntos. Estaba segura de que cumplirían su sueño, y empezaba a realizarse a partir de ese mismo momento.

Caminaban sonriendo con los labios y con el corazón, y aunque los dos debieran ser conscientes de la dura prueba a la que se enfrentaban, parecían no darse cuenta; por ello el ensordecedor estruendo les pilló completamente desprevenidos. Pararon en seco y se miraron esperando encontrar la respuesta el uno en la pupila del otro, pero sólo descubrieron confusión y silencio, entonces él le agarró fuerte la mano y comenzaron a correr hacia la plaza. Las tres calles que les separaban del desastre comenzaban a llenarse de gente corriendo, escapando aterrorizada, pidiendo ayuda. Al cruzar el soportal que daba entrada al lugar no pudieron encontrar una escena más dantesca: una nave proveniente de Makdiht había descendido en plena plaza, arramblando con las terrazas repletas de gente cenando. Miró a María con una mezcla de enfado y desconcierto y gritó:

— ¡¿Pero qué están haciendo?, ¿esta es la idea de ‘infiltrarse discretamente’ que tienen en tu base?!

Aquel grito dio al traste con la magia que se había creado entre los dos, pues María no soportaba que le gritaran y, para más inri, no tenía la menor idea de a qué se refería él con aquello de «tu base». Pensó rápidamente: ¿la base de la pizza que había dejado enfriándose en casa? No; al final se dio cuenta: la base de datos que necesitaban para el proyecto y de la que él no sabía nada aún. Tenía que ser eso, porque de esa invasión ella no podía responder; desde luego, no formaba parte del plan, así que a alguien se le había ido la mano, pero bien. De todos modos, ahora estaban con el agua al cuello, y literalmente, o casi: al descender, la onda expansiva de la nave había reventado varias cañerías y la plaza se estaba inundando.

Los vecinos se habían empezado a dar cuenta de la situación, y corrían desesperados de un lado a otro tratando de impedir que el nivel del agua siguiese subiendo a tan desenfrenado ritmo; algunos como María, cogían el teléfono móvil en busca de más ayuda:

— Dime María, ¿es urgente?, porque estoy muy ocupado.
— Hombre… tú me dirás, después de la situación de mierda que me hiciste pasar, no voy a llamarte para decirte lo guapo que eres, Frank.
— Venga, dispara, y rápido que no tengo tiempo.
— Como dispare de verdad se te van a quitar las ganas de hablarme en este tonito, necesito ayuda ¡ya! porque la plaza se está inundando y no somos capaces a frenar la corriente de agua; así que deja lo que estés haciendo y sal pitando, si no… el proyecto corre peligro.

Todos podemos ser escritores

A diario veo multitud de retos por los distintos blogs que sigo, diferentes experimentos realizados con cierto éxito y en ocasiones pienso: «¿Por qué no se me ocurre a mí nada así de ingenioso?». Bueno, pues creo que ha llegado el momento, he tenido una inspiración. Muchos de los que me siguen escriben. Otros muchos gustarían de hacerlo. Y qué mejor que darles la oportunidad de llevarlo a cabo en un relato conjunto. Me ha llevado más tiempo del que pensé (lo empecé en octubre), pero creo que el resultado ha merecido la pena. El funcionamiento fue el siguiente:

La historia completa era desconocida para los participantes, sólo sabían de las últimas cinco oraciones de la misma, y en función de eso hacían cinco más. Ese resultado yo se lo enviaba al siguiente participante. Yo escribí las cinco primeras y las últimas cinco para abrir y cerrar la historia. Ni la primera persona ni la última sabían que lo eran. A medida que avanzaba la historia tenía que dar ciertos datos relevantes para no desvirtuarla, intentando que fueran mínimos, como nombres de personajes, el lugar dónde estaban y qué estaba ocurriendo en ese momento, amén de una escueta sinopsis de hechos relevantes. Por supuesto no era obligatorio participar.

Con esto todos los participantes me demostraron que tienen mucha imaginación, que se les da genial escribir y que es posible seguir una historia siempre. Sólo hace falta un poco de imaginación (reconozco que en ocasiones no se me ocurría cómo seguir). A pesar de ser un poco locura, me gusta cómo ha quedado la historia. Espero que a vosotros también.

Aunque escribí a unas 80 personas solo han podido participar 53+1. Desde aquí quiero agradecer a todos los participantes su colaboración, en concreto a Henar y a Margui que se salieron del hilo de la historia y me cerraron dos temas que habían quedado descolgados (lo cual era más engorroso y complicado por todo lo que las mareé). Y también a los que no han entrado, por ser parte activa de este blog y conseguir con sus visitas y comentarios sacarme una sonrisa.

Por orden de escritura son los siguientes (podéis y debéis acceder al blog de cada uno de ellos pinchando en los enlaces en azul, todos son altamente recomendables):

Parte 1

Sra. Jumbo, de Refugio de crianza.
Erika, de Anécdotas de secretarias.
Ana, de I’ve got the key.
Martes, de Martes de cuento.
Ana, de Reflexiones al borde de la cuarenta.
Natalia, de Los talleres de Natalia.
Antonio, de Velehay.
Loren, de Loren Photography.
Leire, de La habitación de Leire.
Gloan, de Mi refugio virtual.

Parte 2

Mai, de El rincón de Mai.
Santos, de Sensaciones de bolsa.
Tejas, de Las tejas rojas.
Sensi, de El diario de Sensi.
Mamá pianista, de Mamá pianista.
Gisela, de Dolça Tradició / Dulce Tradición.
Entremishoras, de Entre mis horas.
El corazón del mar, de El corazón del mar.
Sandra, de Una mirada a mi universo.
Raquel, de Monday’s crochet.
El rincón del peque, de El rincón del peque.

Parte 3

Henar, de Pensando en la oscuridad.
Gi, de Tagirrelatos.
T, de El poder de querer ser madre.
Sil. Alcalá, de Marcianadas nocturnas.
La Hobbita, de Quebrando una cabeza.
Cmacarro, de Borderline.
Lola, de Monday’s crochet.
Valeria, de Los labios de Valeria.
Melba, de Melbag123.
Mamá caótica, de Mamá caótica.

Parte 4

Ragdoll, de Feel with words.
Margui, de Marguimargui.
Der Ketzer, de Marieta15877.
Eli, de Mamá, ¡puedo hacerlo!.
La acantha, de La acantha.
Johan, de Johan Cladheart.
Rubén, de Si vas a intentarlo.
Bercian Langran, de Viajes al fondo del ALSA.
Páginas de Nieve, de Páginas de nieve.
María, de Te miro, me miras… Nos miramos.

Parte 5

Vabea, de Las recetas de Vabea.
Rubilla, de Rubillamas.
Mukali, de Mi camino buscandoT.
Evavill, de El blog de una empleada doméstica.
Encuentratuvoz, de Encuentra tu voz.
Kara, de Pensamientos intrusivos.
Estefanía, de Mama & sus cosas.
Silvia, de Loca y despeinada.
Icástico, de Icástico.
José Ángel Ordiz, de Entre dos mundos.
HilosFinitos, de Hilos finitos.
Poli Impelli, de Abrazo infinito.

La semana que viene tendréis las cinco partes, de lunes a viernes.