Uno de los trabajos más difíciles que seguramente existen es el de negociador. Básicamente se trata de una persona que para conseguir una cosa ofrece otra, teniendo como premisa importante que obtener lo que se pretende es más beneficioso que perder lo que se oferta. Y establecer esa baremación sin tiempo para pensarlo no es trivial.
Cuando uno es padre, esta faceta sale pronto a la luz, ya que es fundamental para lidiar con los niños. Entiendo que es algo complicado (no nacemos sabiendo), sobre todo si uno no se dedica profesionalmente a ello. Además, tenemos como problema importante que estamos hartos de ver personajes de este tipo en el cine. Y como todo va bajo guión, parece lo más sencillo de llevar a cabo. Pero no es así, y mucho menos con niños, que nunca se sabe por dónde pueden salir. No es que yo me considere el no va más de los negociadores, de hecho mi niño en muchas ocasiones me la da con queso, pero creo que (afortunadamente) disto de ser tan blandito como el padre que protagonizó la negociación de ayer.
Estábamos en el parque con los niños, y mi pequeño jugaba al balón con otros dos chicos. El padre de uno de ellos le dijo al niño que debían irse ya. Y el niño contestó con un enfadado y sonoro “No”. El padre insistió y el muchacho sólo daba la negativa por respuesta. Así que se fue a él y se pusieron a hablar. De pronto, el niño fue hacia los otros dos a la carrera y sonriendo. Yo miraba la escena y pensaba. Pensaba en lo extraño de la situación, ya que el niño no quería abandonar el juego y venía feliz de enfrentarse dialécticamente con su padre. Pensaba en lo ejemplar que había sido ese hombre para mí, porque con un par de frases había conseguido que su hijo obedeciera y que además lo hiciera encantado de la vida; no había tenido que enfadarse con él, ni reñirle, ni nada parecido. Era digno de aplaudir. Pero nada más lejos de la realidad. En menos de un segundo el chicuelo canturreó un par de veces “¡Me voy a un parque de booooolas!”, como hacen los niños cuando quieren darle envidia a otros por algo que tienen en exclusiva.
Mi mito se fue al suelo en un momento. ¿Qué manera de negociar era esa? ¡Así convenzo yo a cualquiera! Era como la de los padres que proponen a sus hijos de 8-9 años la cuestión: “Cariño, ¿qué prefieres, hacer la comunión o ir a Eurodisney?”. Y que luego van con su cara dura a las abuelas, compungidas porque sus nietas no se visten de princesas ni sus nietos de marineritos, y les sueltan: “Mamá, pues que al niño no le hace ilusión, ya sabes cómo son los chiquillos de hoy en día”. El caso era que con esa forma de llegar a acuerdos quedó patente que el señor se dedicaba a otra cosa. No me lo imagino yo negociando en una situación delicada, con unos secuestradores encerrados en un banco con un puñado de rehenes:
– ¡Le habla El padre del niño del parque, el negociador oficial de la policía! ¡Suelten a los rehenes y no saldrá nadie herido!
– ¡Quiero un furgón blindado para huir con mis compañeros! ¡Y las bolsas con el dinero!
– ¡Tiene que soltar a los rehenes!
– ¡No lo haré!
– ¡Negociemos! ¡Usted entrega a los rehenes, y a cambio le traeremos el furgón que solicita, en cuya guantera podrá encontrar una copia de las llaves por si las pierde, así como billetes para un vuelo de ida a un lugar declarado paraíso fiscal y pasaportes falsos con nuevas identidades! ¡Con un poco de suerte, además, gozarán de inmunidad…!
Y así, tras observar el buen hacer de ese señor, me siento un ogro cada vez que le digo a mi niño que nos vamos del parque, y para convencerlo ante sus negativas le ofrezco, negociando, pintar con él en casa, tocarle una canción en el órgano, o ver los dibujos hasta la hora de la ducha (lo que viene siendo 5 minutos). O incluso, si la cosa se pone difícil, un cuento extra por la noche (a cargo de mamá, la especialista en contarle cuentos) antes de dormir.
Si te gusta lo que escribo y quieres comprar mi libro, puedes hacerte con una copia en PDF por solo 1 euro pinchando en estas letras, o con una en papel por 8 euros pinchando en estas otras letras.