Da lo mismo dónde me encuentre, y poco importa lo que esté haciendo. Tengo la sensación de ser prácticamente el único que controla a sus hijos, o que intenta educarlos con algo de seriedad. Este verano, en la piscina infantil del hotel donde he estado de vacaciones seguí de cerca una historia que no me hizo saltar por centímetros.
Había un niño en ella, aparte de los dos míos, que jugaba con un churro, de esos con los que los niños aprenden a nadar. Todo discurría con normalidad hasta que se dio cuenta de que era mucho más divertido dar porrazos con él en el agua. Con una piscina vacía no habría habido inconveniente, pero estaba llena de críos y mi pequeña de año y medio andaba cerca de él. Y la pobre veía más en eso un juego que un peligro.
Y los segundos pasaban como si fueran minutos entre las continuas amenazas con propinarle un churrazo a mi hija y los intentos fallidos contra mi hijo, que por otro lado intentaba en vano que el salvaje fuera dócil para poder jugar con él. Y entretanto una voz de una mujer que parecía bajo los efectos de un kilo de diazepan, de cuando en cuando le decía con tono poco alegre (que no serio) “Hugo… Dame el churro“. Y a Hugo, al que solo le faltaba sacarle un cubata del todo incluido para lograr que la señora durmiera tranquila, por un oído le entraba y por otro le salía. Suponiendo, claro está, que le hubiera llegado a entrar.
Yo miraba con más mala leche cada vez porque el niño no hacía ni caso y la sangre horchata de la madre estaba todo el rato con el brazo estirado y quieta sin hacer nada, durante más de cinco minutos. He visto a indigentes pedir con más estilo y alegría. Hasta me dieron ganas de darle un euro a la mujer con esa postura y aprovechar para decirle “Ande y cómprele al niño un poco de educación“. Por momentos hasta quise que le diera para reñir yo al muchacho, pero parece ser que se cansó de fallar en sus intentos y dejó de jugar a eso. Yo por si las moscas no le quité ojo de encima hasta que nos fuimos.
Supongo que si le hubiera dado un golpe no le habría hecho demasiado daño, porque no es muy duro. Pero, ¿era necesario que pasara? ¿Tenía que quedarme impasible por la pasividad de los otros padres? ¿Como ya les riñen mucho durante el año (me río yo de eso) en verano no les apetece enfadarse y les dan vía libre? Porque para mí la educación ni descansa ni tiene vacaciones…
¿Te has encontrado en alguna situación similar? ¿Lo padres han sabido contener o controlar al otro niño o han sido pasotas? ¿Crees que en vacaciones hay que darle a los niños todo el cuartelillo que se les niega el resto del año?