Entre todos (Parte 5) – FIN

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Parte 4

Los ojos de Diego se clavaron en ella viendo cómo una lagrima se dibujaba en su rostro, y en ese momento y a modo de película todos los fotogramas comenzaron a ordenarse ante sus ojos. Para Diego todo cobraba sentido, pero de alguna manera sentía que debía parar lo que estaba aconteciendo, no era justo: el antídoto, Frank y el Doctor García-Rojo… todo mezclado en su mente, el rostro de María paralizado, sus ojos cerrados fuertemente y de nuevo aquel acantilado. En ese preciso instante y sin saber por qué, Diego se abalanzó sobre ella y juntos, fundidos en un fuerte y doloroso abrazo, cayeron al vacío. El viento chocaba entre sus manos, sus corazones latían con fuerza y una luz cegadora comenzó a brotar de ese abrazo; ni los mismos Makdihthilink sabían hasta dónde llegaban sus poderes. Pero el amor verdadero… El amor verdadero consiguió aunar poderes y hacer que los pensamientos se hicieran fuertes, una mezcla de pensar y sentir, sin dobles intenciones, que produjo un poder indestructible, basado en los deseos de ambos, cuyo resultado fue hacerlos posibles. La desaparición del virus era en lo único que pensaban al estar abrazados, en que ese virus nunca tenía que haber existido, o al menos no haber sido mortal. Al desaparecer la luz, María se dio cuenta de que Diego estaba inconsciente, cerca de ella, pero no puedo acercarse; también vio a Frank, acostado en una camilla, observándola fijamente. Y ella… ella se sentía mareada, sin apenas fuerzas para decir nada, podía distinguir al Doctor García-Rojo, con una gran sonrisa y un brillo especial en sus ojos. Algo había ocurrido en aquel acantilado, pero ahora estaba en… no sabía muy bien dónde se encontraba.

La sala recogía olor a probetas y los destellos de los fluorescentes la cegaban en ocasiones; miró al Doctor García-Rojo buscando algún tipo de respuesta que la tranquilizara, le dolía todo el cuerpo y tenía la sensación de haber recorrido mil años luz desde que abrazó a Diego y todo empezó a desvanecerse.

— Tranquila —añadió el Doctor—, el desastre por fin tiene los días contados. Frank me ayudó a localizaros y os recogimos en el valle el día en que os precipitasteis, desde entonces os he tenido en una meticulosa observación durante semanas, realizándoos transfusiones de Frank, y he descubierto que cuando los Makdihthilink os enamoráis desarrolláis una enzima protectora. A partir de ella he generado este fluido que os permitirá respirar el antídoto sin problemas a todos los Makdihthilink, y además es inocuo para los humanos, por lo que por fin podréis propagarlo entre ellos, sin miedo a que vuestra especie desaparezca. ¿No os parece genial?, en el amor radica la solución y la clave, hasta en cuestiones extraterrestres… —concluyó con una sonrisa.

El Doctor García-Rojo había sonreído, pero ellos no tanto, claramente les había encajado lo que en el lenguaje de los humanos se llamaba «un marrón». Tenían que lograr que los humanos, esos seres que se pasaban la vida pegándose, enzarzados en guerras a las que, para disimular, llamaban conflictos, inhalasen el fluido. La cuestión era cómo. Tal vez introduciéndolo de alguna manera en ese combustible que usaban para desplazarse y que emponzoñaba sus cielos lo lograrían; al fin y al cabo, era lo que respiraban a diario mezclado con el oxígeno. Tal vez. Conocían su objetivo y dudaban de si la manera sería la adecuada pero se dispusieron a ello. Comenzarían por la ciudad, y María, Diego y Frank se dividieron las zonas de la misma para ir por la noche. Iban a utilizar la capacidad de hacerse invisibles para introducir el antídoto en todas las gasolineras de la ciudad. ¿Funcionaría? Tenían pocos días, había que actuar ya o sería una catástrofe.
Se reunieron en casa de Frank poco antes de la media noche. Después de beber un café, cada quién partió rumbo a la zona que tenía asignada. Los nervios se apoderaron de ellos, todo tenía que salir conforme a lo planeado. Gracias a sus poderes no fueron captados por ninguna cámara de vigilancia. Después de acabar regresaron a la casa de Frank y esperaron hasta el amanecer. A las 7 de la mañana sonó el móvil de María, era el Doctor:

— Parece que vamos por el buen camino chicos —le dijo notablemente animado.

María dirigió una mirada cómplice al resto y respiró hondo. El contenido de las 5 cantimploras que llevaba diluido el antídoto ya estaba esperando en los depósitos de las tres gasolineras de la ciudad. Todos los coches que repostaran ese día se iban a encargar de que la cura viajara lejos. Ya estaba todo organizado y según el plan del Doctor, más las propias sugerencias de María, Diego y, Frank, no quedaba otra que dividirse. De ese modo María tenía las coordenadas de unas gasolineras, al igual que Diego, que antes de marcharse, la abrazó muy fuerte mientras que Frank les cortó:

— Vamos chicos, la humanidad depende de los antídotos, cuando cada uno este en cada gasolinera, que avise al resto.

Y de eso modo, se separaron. Integrados como si fueran de la tierra, se dirigieron cada uno al punto correspondiente. Para ganar tiempo, Diego y Frank decidieron utilizar la hipervelocidad, María no estaba en la misma onda, optando ella por teletransportarse, la velocidad no le gustaba y su elección le permitía centrarse con claridad en su cometido. Algo le daba vueltas, una especie de presentimiento sin forma que la inquietaba. Prácticamente al instante de haber iniciado su “viaje” se hallaba cada uno en el lugar exacto que se habían asignado antes de la partida y mediante telepatía confirmaron sus posiciones, aprovechando la conexión para “comentar” algunos detalles sobre el método más conveniente —y rápido— de mezclar con éxito el antídoto y la gasolina, no había tiempo que perder.

Lo que María presenció confirmó aquella inquietud que se había instalado en su estómago, “su” gasolinera estaba abandonada, por el aspecto que presentaba daba la sensación de llevar así mucho tiempo, los surtidores habían sido arrancados, los depósitos no existían, en su lugar se abría un enorme hueco, parecía que hubiese caído una bomba allí. Mientras María pensaba que era posible que aquella zona hubiese quedado deshabitada debido a la epidemia —¿por qué si no habría sido cerrada la gasolinera?— un individuo se acercó sigilosamente por la espalda, propinándole un golpe en la cabeza con un objeto contundente que la envió al vacío del agujero; en su vuelo no pudo evitar un pensamiento desolador: de alguna manera, su misión había terminado…

También pensó, mientras volaba, mientras caía, en Diego, en Frank, en el contagio, en el antídoto, en la gasolina, en… Y luego, un instante o una eternidad después, abrió los ojos y la deslumbró tanta luz, ella tumbada de espaldas en una camilla acolchada con una especie de cuero blanco. Se incorporó, miró alrededor, no vio paredes, suelo, límites, como cegada por tanta luz lechosa, pero al fin reparó, a su derecha, en una camilla que, como la suya, parecía flotar en una nada de puro algodón, y en el hombre tendido de espaldas, acaso inconsciente, sobre ella; y reparó a continuación en otra camilla a su izquierda, ocupada por un segundo hombre tan inmóvil como el primero. ¿Eran Diego y Frank? Fue entonces cuando oyó la voz.

— Puede parecértelo, pero no estás muerta; esta vez has tenido suerte. No me busques —afirmó la voz de forma inquietante mientras María miraba temerosa en todas direcciones—, no soy materia para ti, ni para los desdichados humanos que quieres salvar, algo que casi consigues.
— ¿Quién eres?, dime… ¿qué ocurre, dónde estoy? —preguntó asustada María.
— Soy el Hacedor, el que juega la partida. Mi contrincante me lo está poniendo difícil, él es quien quiere salvar a los humanos, yo no.
— ¿El Hacedor? —dijo María, entornando sus ojos ante la intensa luz que envolvía su cuerpo.
—Shhh… aquí soy yo quien pregunta, y tranquila, no estás sola.

La voz terminó en un susurro casi imperceptible, y María cerró sus ojos con fuerza, intentando remover algunos de sus poderes para comprender adónde había caído, quién o qué era esa voz tan soberbia que la arrastraba a un lugar tan desconocido. Sus ideas giraban como una noria en su cabeza, se sentía desmayar. Intentó transportarse a otro lugar, buscando a Diego o a Frank, pero cuando abrió los ojos, lentamente y con temor, se vio a sí misma flotando en la misma sala, sin techos ni paredes.

— ¡Es inútil que te esfuerces! —exclamó la voz sonando desgarradora de nuevo—, tú sola no tienes poder suficiente para derrotarme, el Exterminador era el único que podría conseguirlo y tan siquiera habiendo adquirido el cuerpo de un humano fue capaz de hacerlo posible —explicó mientras de la nada aparecía flotando el cuerpo inerte del Doctor—. Los Makdihthilink sois una raza inferior y sólo una de las vuestras entre diez millones puede hacerme frente utilizando la Regeneración Unificada, necesitando un amor puro, eterno e incondicional con otro de los de tu especie, y un tercero con la misma sangre… ¡y mira dónde están tu querido Diego y tu hermano Frank! —gritó mientras los cuerpos que tenía alrededor se giraban hacia ella dejando ver la desfiguración en los rostros de Frank y Diego—. Gracias a vosotros, podré dominar y exterminar a voluntad vuestras míseras razas… ¡hasta nunca María! —concluyó la voz, al tiempo que la luz blanca se convertía en la más profunda oscuridad tras una intensa explosión lumínica.

María despertó de repente en el primer piso que tuvo en la Tierra, con una sensación extraña en la cabeza, mirando alrededor aturdida, envuelta en sudor, respirando un fuerte olor a canela de un bizcocho recién hecho y con la necesidad de darse un baño, y mientras lo llevaba a cabo sonó la puerta. Tras el susto inicial, ralentizó sus pulsaciones y pensó pausadamente; transcurridos unos segundos preguntó «¿Diego?», y cuando obtuvo un «sí, soy yo» como respuesta desde el otro lado de la puerta, María sonrió y se deslizó al interior de la bañera: ahora ya sabía lo que debía hacer.

51 comentarios en “Entre todos (Parte 5) – FIN

  1. ¡Fantástico, Óscar! nos has tenido toda la semana pegaditos a la pantalla. Artificiar tantas voces en un solo relato y que encima quede tan bien, es un logro. Así que mereces…

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    1. Muchas gracias corazón. Por participar, por darle tu fantástico toque, por estar pendiente de ella toda la semana, y por ayudar a que haya quedado tan bien. Me has dejado intrigado… Qué merezco? La horca? Que me den otra oportunidad? 😉 Besitos corazón

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  2. Digo lo mismo que Johan y compañía ¡menudo trabajo, Óscar!, gracias por tu entrega para dárnoslo listo para tomar. En efecto, ha quedado padrísimo.
    (yo empeñado en cargarme a María y venía ya de un precipicio, jajaja, lo que es carecer de información, se parte de lo que se tiene)

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    1. Estabas en spam… ¿? Me alegro de que os haya gustado la historia, la verdad es que me resulta muy curioso que todos hayáis mantenido así de bien el sentido, pese a conocer tan poco… Sois unos artistas. Y sí, María ha aguantado de todo la pobre. Menos mal que aunque la la habéis intentado cargar en varias ocasiones, se ha sobrepuesto, je je je. Un gran abrazo, amigo

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      1. Tanto currármelo para acabar en tu spam, ¡qué golpe más bajo, Óscar! Vas a tener que montar una clínica, lo digo por las veces que salvaste a María, te has convertido en un buen doctor. Otro abrazo.

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  3. Qué bonita ha quedado! Me imaginaba que sería un trabajazo, pero al leerlo me he dado cuenta de que ha tenido que costar muchísimo más. Parece incluso que el autor haya sido sólo uno! Todo encaja a la perfección.
    Muchos besos! 😘

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  4. ¡Qué bueno, Oscar! Gracias por hacernos partícipes, y me encantó el final 🙂
    Qué gran laburo te has mandado, felicitaciones por juntarnos, por sacarnos un pequeño aporte a cada uno y por unir todo en una historia. ¡GRACIAS!
    Abrazos para todos…

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      1. Ya te he contado que no podría escribir este tipo de historias (yo sola), si no fuera por el resto que suma a ese pedacito que uno aporta, si no fuera por tus explicaciones y por los otros fabulosos 53, aún estaría pensando … (eh? antídoto? salvar a la humanidad? gasolina? Doctor qué? jaja).
        Pero si hay algo que disfruto es escribir, lo que sea. Amo hacer lo que amo, jajaja. Tú entiendes 😉
        ¡Gracia a ti!
        Miles de infinitos que crucen el océano.

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        1. Sabes? Si algo he aprendido con esta historia es que todos podemos hacer cualquier cosa, solo es cuestión de imaginar. Los límites la ponemos nosotros. Y nosotros podemos moverlos de lado. Besitos
          PD. En España te diría que no, yo no entiendo. 😉

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  5. Ha sido un tute de colaboración y compañerismo salvaje… Además de paciencia. Eres único.

    Al final ha quedado fantástica , con altas dosis de imaginación, ingenio, acción… Gracias por hacer posible esta pequeña diversidad hecha historia.

    Besos mil!

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    1. Muchas gracias a vosotros por haberla hecho posible. Sois increíbles. Aunque muchos no lo sepáis. Además, lo mejor es que ha permitido congeniar más con personas encantadoras. Tú entre ellas. Besitos Stunner

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  6. Que bueno Óscar!!! Gracias por contar conmigo para formar parte de este encuentro tan especial. Y nada mejor que terminar con un baño envuelta en olor a canela y tu chico llegando a casa…, por cierto, la continuación que se me ocurre te imaginas como sería, verdad? 😉

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