Entre todos (Parte 3)

Parte 1

Parte 2

El militar en su interior sabía que su plan no acabaría bien, bien para él, entiéndase. Sí, se redimiría de los errores cometidos en el pasado, pero pagaría un alto precio, pagaría con su vida. Había tomado la decisión y no habría marcha atrás. Pasearía entre el caos hasta llegar a la nave, manipularía los controles para cortar la emisión de ese humo rojo tóxico y ¡pum! No habría gloria, pues nadie sabría de su transformación en un héroe.

Aunque desconfiado, Diego tomó el trozo de papel y lo guardó rápidamente en el bolsillo trasero de su pantalón. No se despidió del militar, y mediante un evidente gesto con la cabeza indicó a María y a Frank que efectivamente tenían que salir de allí cuanto antes. Corrieron durante los minutos necesarios para dejar bien atrás a la muchedumbre y las autoridades que ya habían llegado a la plaza y, una vez a salvo, Diego sacó la nota de su bolsillo y la leyó en voz alta: «19:30 Entrada Sur Museo de Historia Natural, María SOLA».

— ¡Maldito cerdo! De ningún modo vas a reunirte tú sola con ese imbécil —gritó Diego indignado.
— Tengo que hacerlo si queremos saber dónde está el Doctor —aseveró María.
— ¡De acuerdo! Pero antes tenemos que hablar con nuestro contacto en la policía, el inspector González, para ver si puede ponerte un micro y una patrulla para vigilar el encuentro —dijo Diego.
— ¿No será muy arriesgado ir con un micro?, ¿y si nos descubre? —preguntó aterrada María.
— ¡Tranquila María, estaremos ahí contigo por lo que pueda ocurrir! —exclamó Diego tranquilizándola.

María se quedó un poco más tranquila, pero no podía evitar tener muchos pensamientos en su cabeza, se iba a encontrar con una trampa, así que lo mejor era continuar con el plan que había propuesto Diego.

— De acuerdo, lo haré, pero nada de micros, tenemos poco tiempo y me da pánico que me descubran, quién sabe de qué serán capaces -indicó María.

Desde que se dieron cuenta de que son portadores de un virus que afecta a los humanos, Diego y su equipo habían centrado sus esfuerzos en experimentar con ADN, para descubrir dónde estaba la clave que hiciera compatible la vida de ambas especies en el planeta. El problema era que no podían seguir desviando fondos, los militares supervisaban todo estudio científico que les parecía sospechoso y a pesar del prestigio ganado tras años de trabajo en las clínicas y los artículos publicados sobre ADN, debían tener cuidado de no ser descubiertos. El Doctor García-Rojo era su última esperanza, era experto en genética y se rumoreaba que tenía un hijo afectado por el virus, con lo que podría ser el único humano que había logrado vivir con normalidad portando la enfermedad. El objetivo de María sería descubrir si era cierto, y comprobar si podían trabajar en equipo con él.

A las 19.30 María se encontraba puntual en la puerta acordada, y aunque el Museo de Historia Natural cerraba sus puertas a las 19 horas aún había guardias de seguridad dirigiendo a los visitantes hacia las salidas. Se había levantado aire y María, incómoda, se subió un poco más la cremallera de su chaqueta. Sus pensamientos volaron hasta Diego, al que había costado horrores convencer para que se quedara en el piso franco y no se empeñara en colocarle el puñetero micro, y aunque no había rastro de él por ninguna parte, María no tenía demasiadas esperanzas en que le hubiera hecho caso. La puerta sur del museo estaba ya en penumbra, solitaria, cuando María escuchó unos pasos justo detrás de ella; en el momento en que su dectógrafo empezaba a vibrar, se giró.

— Me han llegado rumores de que está usted buscando al Doctor García-Rojo —dijo una voz que le resultaba extrañamente familiar.
— Le han informado a usted bien… ¿Doctor García-Rojo? —dijo María girándose hacia la persona que le estaba hablando.
— El mismo, pero haga el favor de acompañarme al interior del museo, aquí fuera no estamos seguros ninguno de los dos.

El médico se dio la vuelta sin esperar a comprobar si María le seguía cuando su dectógrafo, que llevaba camuflado dentro de un gran bolso vibró con más intensidad avisando a su dueña de que el hombre al que seguía era un impostor, un Makdihthilink. No hubieron traspasado la puerta del museo cuando María se abalanzó sobre el falso Doctor García-Rojo propinándole un tremendo golpe en la base del cráneo y haciendo que el hombre se desplomara como un monigote. Con el impostor en el suelo, a su merced, pudo pasar por su cabeza el desactivador monoaural que le garantizaba un auténtico pelele al menos para tres o cuatro horas, y acto seguido llamó a Diego. El teléfono envió varias llamadas sin obtener respuesta, y como María no soportaba estar más tiempo junto al impostor del Doctor García-Rojo, agarró fuertemente su bolso y echó a correr tan desconcertada que confundió la puerta de la Entrada Sur del Museo, por la que minutos antes había entrado, con el almacén. Allí, permaneció inmóvil detrás de un gran oso disecado al escuchar la presencia de varias personas en el pasillo; al menos eran dos hombres, quizá tres, e iban a descubrir al Doctor tirado en el suelo, con lo que se sintió en peligro. En ese mismo instante se dio cuenta de que su dectógrafo no estaba en su bolso, ni en sus bolsillos.

— ¡Ahora sí la he liado! —murmuró—, van a descubrir el instrumento vibrando junto al cuerpo del Doctor. ¿Cómo puedo ser tan torpe?, ¿se me habrá caído?

Miró a su alrededor intentando buscar una solución, temiendo el momento en que descubrieran al impostor, y después a ella. Notaba su corazón latiendo con fuerza, tanto que casi podía oírlo y, para intentar mantener la calma, cerró los ojos y se imaginó en un lugar seguro, en su lugar favorito, en el primer piso en el que vivió cuando llegó a la Tierra. A pesar de ser pequeño era acogedor y recordaba especialmente la diminuta cocina en la que hacía bizcochos de canela los domingos y cómo todo quedaba impregnado del afrodisíaco aroma. Empezó a calmarse y respirar lentamente, sintiéndose a salvo en su pequeño mundo, percibiendo el olor cada vez más fuerte, más intenso, más cercano, tanto que empezó a abrir los ojos extrañada. Estaba mareada, la habitación daba vueltas pero se dio cuenta de que no era la misma, reconociendo los muebles a su alrededor, las paredes que la rodeaban y el bizcochón humeante encima del poyo antes de caer extenuada. Cuando volvió en sí tenía fiebre. Esa que le daba de vez en cuando sin razón aparente, antes de que desarrollara sus poderes, recién llegada de Makdihth. Se sentía sudada, pegajosa, maloliente, y la luz que entraba por la ventana de vidrio le hería los ojos de tanto que le dolía la cabeza. Había viajado en el espacio, y no sabía si lo había hecho también en el tiempo. Se levantó despacio, aguantando las nauseas que le provocaba el penetrante olor a canela del bizcocho que acababa de salir del horno, segura de que un baño le ayudaría a reponerse. Se dirigió al baño, y mientras la bañera se llenaba de agua, echó unas gotas de su jabón favorito y empezó a formarse una frondosa espuma; ya dentro de la bañera y mientras intentaba aclarar sus ideas, alguien llamó a la puerta, lo que le hizo levantarse de un brinco y coger lo primero que encontró, su cepillo de dientes.

— ¿Quién anda ahí? —preguntó María asustada.
— Soy yo, Diego —respondió desde el otro lado de la puerta.

María abrió la puerta corriendo sin acordarse de que estaba completamente desnuda; Diego la miraba atónito y ella corrió a ponerse una toalla mientras le preguntaba qué había ocurrido, qué hacía allí, y le pedía escuchar de su boca que nada malo ocurría. Diego le indicó que se vistiera y la llevó al salón, y cuando vio sentados en el sofá a Frank y al Doctor García-Rojo con varios planos y cientos de papeles sobre la mesa, Diego comenzó a explicarle lo que había ocurrido para intentar borrar de su cara esa expresión atónita.

48 comentarios en “Entre todos (Parte 3)

  1. 🙂 ¡Esto se pone emocionante! ¿No venderán en algún sitio ese desactivador monoaural? Debe ser la mar de divertido ir desactivando gente 😀 😀 😀 😀
    P.D: El olor a canela es de mis preferidos 😉

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    1. Ja ja ja. Bueno, algunos vienen con el desactivador monoaural instalado de fábrica, je je je. Este invento es de Cándido, un artista.
      PD. El olor a canela es de los mejores. No te digo de quién es esa parte porque me dijo que todos la reconoceríais… 😉

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    1. 😀 😀 😀 Pues nada, convocas tú la próxima y yo me apunto. ¡Prometo que no se me irá la olla con cosas raras! Escribiré algo así como: «Se hundió en la profundidad de sus ojos y supo, desde aquel momento, que por muchas vueltas que diera en la vida siempre tendría un puerto al que regresar. Se dejó estrechar entre sus brazos y, sin apenas darse cuenta, su abrazo se convirtió en una fusión perfecta de cuerpos». 😀 😀 😀

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          1. Es cierto, tanto como que has publicado un maravilloso libro de cuentos. Tanto como que cada semana nos haces soñar. Tanto como que tus palabras son siempre cálidas y acogedoras. Tanto como que te desenvuelves con naturalidad en cualquier registro. Tanto como que puedo afirmar con rotundidad que eres aún más maravillosa en persona. Y te envío un abrazo como el que te di cuando te conocí. Si quieres otro extra para que seas consciente de todo lo que vales, que no se puede medir porque se quemaría cualquier medidor que se utilizara, dímelo. Decir verdades se me da bien y sale deprisa. Besitos

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