Entre todos (Parte 2)

Parte 1

Frank colgó y rápidamente paró un taxi, con todo el estrés podría empezar a correr demasiado rápido y no quería llamar la atención de la gente a su alrededor. María por otra parte asumió que Frank no iría en su ayuda, como siempre, ese hombre solo la metía en problemas y luego se iba con alguna humana tonta y era ella la que tenía que solucionarlo todo.

— No viene —dijo María mientras la corriente de agua empezaba a aumentar su caudal— ¡Esto es culpa de Frank, más vale que ese idiota se digne a mostrar un pelo que si no…! —gritó María tratando de detener junto a Diego el caudal de agua con cualquier cosa que encontraban.
— ¡Ya estoy aquí, cielo, realmente no veo cual es el problema! —dijo Frank apareciendo de la nada y con una sonrisa de paz y tranquilidad que hizo a María reventar de rabia.
— ¿Pero tú ves normal llegar en el estado que vienes? —le soltó una María iracunda a Frank. Y es que, como ella se temía, Frank estuvo haciendo de las suyas con un par de humanas en un famoso local tomando unas copas.
— Dejadlo, que tenemos cosas más importantes entre manos, ¿no os parece? —gritó un Diego exasperado. Y es que el valeroso Diego había conseguido arrancar de la pared unos toldos de un negocio cercano, con los que se proponía hacer una presa que contuviera el caudal descontrolado.

De lo que ninguno de los tres se había percatado es que, por su espalda, se acercaba a una velocidad considerable un vehículo de reparto que había perdido el control. Diego soltó el toldo que tenía en la mano y se abalanzó sobre María cayendo sobre ella en la acera, Frank lo esquivó pegándose a la pared y el vehículo de reparto siguió su camino descontrolado hasta chocarse contra una farola. Trascurridos unos segundos Diego se levantó del suelo y le tendió la mano a María para ayudarle a levantarse y Frank les gritó:

— ¡El vehículo está en llamas, va a explotar, corred, corred!

Pero Diego y María no le oyeron, estaban absortos contemplándose el uno al otro después de tanto tiempo, ajenos al caudal de agua que les amenazaba por un lado y al fuego inminente por el otro; la historia vivida en Makdihthilink no estaba olvidada.

— No es momento de eso, hay que encontrar la nave y volver a nuestro mundo —les dijo Frank visiblemente enfadado mientras arrastraba a ambos por los brazos hacia una estrecha callejuela que los pondría a salvo, al menos de momento.
— No tenemos tiempo —dijo Diego— todo ha empezado ya, tenemos que encontrar al Doctor García-Rojo antes de que sea demasiado tarde, la infección se ha extendido más rápidamente de lo que esperábamos.
— ¿De qué hablas Diego? —gritó Frank—. Nos aseguraron que en la Tierra estábamos a salvo, llevamos muchos años trabajando con los humanos para que todo se eche a perder de esta manera; si no lo resolvemos pronto, nos quedaremos atrapados aquí para siempre.

Diego no supo qué decir, solo pudo mirar a María con pasión y complicidad. Esta situación ya la habían vivido antes, en otros cuerpos, en otro planeta, en otra época, en otro momento de sus vidas.

— ¡Hay que moverse! —exclamó Diego.

A duras penas se hicieron paso entre los escombros y la gran cascada de agua oyendo gritos, lamentos, sirenas… y la plaza se sumió en un profundo caos.

— ¡María, pásame el dectógrafo! —solicitó Diego extendiendo la mano hacia ella a la vez que observaba el cielo ¡tiñéndose de rojo!
— ¡Toma, aquí lo tienes, tendría que funcionar! —apuntó María—. Pero ten cuidado, sabes que el dectógrafo es el único medio que hay para distinguir a los Makdihthilink de los terrestres, y saber dónde se ocultan. Si este aparato cayera en manos erróneas, sería el fin para todos.
— No te preocupes María, sé lo que me hago —le dijo Diego.

En el momento en que María hizo el gesto de entregar el aparato alguién golpeó a Frank por la espalda y éste cayó desplomado.

— Pero.. ¡qué diablos…! —dijo Diego volviéndose a tiempo de ver como caía Frank y a un hombre con uniforme militar que les apuntaba con una pistola.
— Quizás podrían tener la amabilidad de entregarme el dectógrafo —dijo el desconocido con una sonrisa cruel en el rostro— sería una pena tener que utilizar la fuerza.
— ¡No! —gritó María estrechando el dectógrafo entre sus brazos—. Tendrá que disparar… —continuó María.

El militar apretó el gatillo, pero María usó su poder mental para desviar el disparo. Diego aprovechó el desconcierto de aquél y con su rapidez avanzó hacia él y le quitó el arma.

— ¡Ahora va a decirnos para quién trabaja! —gritó Frank.

El militar soltó una carcajada mientras volvía a avanzar hacia ellos, ya repuesto de su sorpresa.

— ¿Quiénes creéis que sois para tratarme así? —respondió el militar.

Con ese aire de insuficiencia que a algunos imprime el cargo, el militar se repuso una vez pasado el susto que le produjo quedar fuera de juego.

— Tratamos de localizar al Doctor García-Rojo —dijeron al unísono María y Diego.

Hacía diez años que sus esfuerzos no se unían, pero era el momento de actuar, no podían permanecer impasibles ante semejante destrucción.

— Nuestra experiencia nos dice que a pesar del virus que se ha extendido en esta ciudad, los humanos aún pueden ser salvados… si nos deja —afirmó María.
— No hables así, no lo digas como si el fracaso fuera una opción, no lo es —recriminó Diego mirándola directamente a los ojos, y ella no supo si se refería a la misión o al deseo que había nacido entre ellos tras su reencuentro—. ¿Sabe dónde está? —dijo, esta vez dirigiéndose al militar.

Después de hacerle sentir humillado no les iba a poner las cosas tan fáciles, él era un militar y no iba a permitir que tres desconocidos con aires de grandeza le pasaran por encima.

— En esta vida todo tiene un precio, ¿no creéis? —les dijo, con un fingido ademán de superioridad.

María y Diego se miraron con la complicidad que da conocerse desde hace mucho tiempo y no hicieron falta palabras, necesitaban al Doctor García-Rojo y harían lo que fuera por localizarle. Tenían que trabajar con premura, el virus estaba haciendo estragos entre la población. Ni sus poderes ni su entrenamiento les habían servido para encontrar a la única persona que podía pararlo, el Doctor García-Rojo. Había que andar con pies de plomo. No podían confiar en nadie excepto en ellos mismos y la misteriosa desaparición del Doctor había provocado las sospechas de María. ¿Podría ser que el único capaz ayudarles fuera el mismo que había provocado el caos en la plaza?

— ¿Y cuál es el precio? —se apresuró a preguntar Diego, y automáticamente, los tres Makdihthilink, perdieron su mirada en la del militar, que sonreía henchido de satisfacción.

Un estruendo en la plaza interrumpió la conversación, el aire estaba totalmente contaminado de color rojo y de gritos histéricos. ¿Pero qué estaba pasando? Una nueva expresión nerviosa ceñía el rostro del militar que, sin mediar palabra, sacó un papel, escribió en él a toda prisa y se lo entregó a Diego.

— Marchad de aquí —les dijo, y su mirada expresaba miedo.

46 comentarios en “Entre todos (Parte 2)

    1. Sí, solo sabíais las cinco oraciones anteriores y un muy pequeño resumen en la trama. Quizá este punto ha facilitado que todo lo que habéis escrito tuviera mucho sentido, porque apenas he corregido nada en todos los participantes. Besitos

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  1. Pero bueno!!!!, Me da por echar un ojo a tu blog y veo esta trepidante historia, no me lo esperaba. Tengo que leer la parte 1 que me la he saltado sin querer. El mundo blogueril sigue girando y a qué velocidad. Genial, me ha parecido genial. Un gustazo leer los comentarios y el buen ambiente que hay. Parece que hace un siglo que no os veo. Bueno, es que justo hace un siglo. Un beso Oscar y otro para mis amigos blogueros.

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    1. Exagerada! Cualquiera diría que eres andaluza! Solo hace un mes, pero sí, he podido terminar al fin la historia que empezó el año pasado. Pero entiendo que hayas empezado por esta parte, que era la tuya… 😉 Mañana termina, y el miércoles pasado puse la gente que participaba, por si te apetece verlo. Espero que te guste la historia completa. Disfrútala porque tiene un trocito de ti. Besitos

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