100 Gracias – Parte 2

Parte 1

Me concentro, me relajo y vuelvo a cerrar los ojos. No tengo un recuerdo nítido de lo que ocurrió, pero estoy segura de que fue cuando conocí a Elva, Chus, Ale y Javi. Eran cuatro compañeros de clase, y congeniar con ellos fue sencillo. Nuestras personalidades se complementaron bien, pero ninguno tenía especial interés por la escritura o la lectura. A ellos les apasionaban otras cosas.

Los chicos eran unos cocinillas y cada fin de semana nos deleitaban con platos propios. Los postres eran de lo mejor y en unas semanas instauramos como tradición que nos sorprendieran con uno nuevo cada primer domingo de mes. Una deliciosa y dulce tradición. Al final, aprendí a hacer mis propios platos. Ellas cocinando no eran tan buenas, pero tenían unas manos que hacían obras de arte con cualquier tipo de aguja. Quedábamos dos días por semana y hacíamos crochet y patchwork. El lunes, día del crochet, era el más divertido, quizá porque hablábamos del fin de semana. Con ellos aprendí mucho, e incluso quise montar mi pastelería y tienda de bordados. Durante un tiempo tuve esta idea en mente, hasta que dos nombres se cruzaron en mi camino: Rudy y Paola.

Cuando les conocí no me cayeron demasiado bien, sobre todo la que era novia de Rudy, Romina –aunque él la llamaba Romi– una porteña suburbana, como ella misma se definía. Quizá por su seguridad en sí misma, o por el tipazo que tenía. O por ese novio… qué sin saber por qué empezó a atraerme. Era una mezcla en envidia y odio a la vez. En cierto modo me siento culpable de que terminaran su relación, porque la dejó para estar conmigo y yo me entregué totalmente a él. Al principio sentía un poco mi vida como Romi. Pero poco a poco fui siendo yo y dejé que mi corazón, un corazón de mar, se perdiera en él, mar adentro. Estar a su lado me daba felicidad, cada día me dibujaba amapolas en el alma. Me sentía como una flor profusa. Reconozco que me enamoré perdidamente y visualicé un futuro a su lado. Mi mente dejó de ser cuerda y pensó en locuras. Me habría ido a vivir con él aunque hubiese sido a The Pallet Town. Y quise tener un hijo con él a pesar de mi corta edad. Había llegado a mi mente el maravilloso mundo de los bebés, había conseguido hacer en ella un rincón para el peque que tanto deseaba. Sin embargo, mi madre pensaba que ser mami era una locura, ya que con mi juventud habría sido una mamá caótica. Yo estaba convencida de que me serviría para ser una madre valiente, tener más años de experiencia y poder ser toda una madre con carné. Si me lo proponía podía ser una multimamá y más aún. Un día decidí que había llegado el momento de ir a por el bebé, porque sinceramente no veía un futuro sin mi bebé. Pero Rudy comenzó a tener malas compañías, malos hábitos, y empezamos a discutir a diario. La primera vez que me puso la mano encima también fue la última que le vi. Lo último que supe de él era que se había vuelto borderline, en concreto esquizofrénico.

Paola se había convertido en mi mejor amiga, desde antes de mi relación Rudy. Con la ruptura había dicho adiós a formar una familia, a mis días de mamá. No quería pensar en aventuras en familia, no quería pensar en nada. Si no llega a ser por su compañía creo que no habría podido volver a decir que soy yo, y sigo aquí. Viva. Fue un comienzo de cero, pero las marcianadas nocturnas que nos inundaron la mente tras cada puesta de sol, me devolvieron la sonrisa. Era un gusto estar a su lado.

Recuerdo que después se nos unió Mai –que ahora trabaja en una gran multinacional y que a menudo me cuenta sus anécdotas como secretaria de dirección– y las tres fuimos durante un tiempo inseparables. Lo pasábamos muy bien y viajábamos mucho. No teníamos demasiado dinero y nos movíamos casi siempre en autobús. Eran viajes en un ALSA, al fondo del mismo. Cuando recorrimos el país a una de ellas se le ocurrió ir de vacaciones a la Sabana africana. ¿Sabaneras por unas semanas? No pintaba mal, pero lógicamente no en autobús. Tuvimos que ahorrar mucho, y para sacar dinero hicimos de todo: pastelitos, pajaritas, fundas, tapetes… Los vendíamos en rastros o los rifábamos. Incluso escribimos un periódico local con historias en clave de humor, el Ultimate Wanker Press. El apartado del Fotonauta –con fotos de aeronautas retocadas para darles un toque divertido– siempre fue el que más me gustó. Quizá porque lo hacía yo.

De repente hago un alto en mis pensamientos y abro los ojos de nuevo. Lorena, ¿tú no estabas ordenando tu vida?