100 gracias – Parte 1

Soy Lorena, y aquí estoy una noche más. Presa de la brisa marina, contemplo el cielo echando una mirada al universo, infinito. La luna escarlata y las nubes hacen de esta noche de viernes un viernes de misterio. Cuántas cosas pueden estar ocurriendo y yo aquí, sin enterarme. A menudo sueño con ser una heroína. No sólo por hacer siempre el bien, que estaría genial, sino por el poder hacer algunas cosas como volar. Nunca dejaría de volar. Como está haciendo ahora mi mente. Me recuesto con las manos en mi nuca sobre las tejas rojas de mi tejado, un lugar que se ha convertido en mi refugio particular, y me relajo. Cierro los ojos y todo se torna aún más oscuro. Pienso, y pensando en la oscuridad intento poner orden en mi vida, una montaña rusa de emociones diarias… Mi vida, un mundo de proyectos inacabados, muchas ideas en el aire, tantas y tantas tareas que comencé y nunca acabé… Creo que es momento de repasarlas. Alguna podré cerrar.

Recuerdo que cuando era pequeña tenía un diario. Todas mis amigas tenían uno. Qué buenos tiempos pasé con ellas. Nos queríamos mucho, confiábamos mucho en las demás, y eso permitía que nos prestásemos de cuando en cuando el diario para leerlo. Por mis manos pasó el Diario de Sira, el Diario de Sensi, el diario de Susana y su mundo loco, el diario de Carmen, que acaba de ser madre y se enfrenta a ello siendo novata, el diario de Krika, que ahora está en Suiza… Sé que me olvido de alguna, pero supongo que sabrá perdonarme. Nos reíamos mucho y hasta pensábamos en maquetarlos cuando los acabáramos y hacer un libro con ellos. Nos veíamos firmando montones de ejemplares a todo el mundo. Fuimos creciendo y, sin darnos cuenta, abandonando los diarios.

Recuerdo también que una de mis grandes aficiones era comer entre horas. Mi madre me decía que con a ritmo iba a ponerme gorda para toda la vida, pero no me importaba. Sabía que lo hacía porque luego no cenaba y eso no le gustaba. Me abstraía de sus palabras y aprovechaba esos momentos para observar cuanto me rodeaba y capturarlo con mi cámara. Mi hermano Lorenzo me decía que hacía unas fotografías muy buenas, y que podría haberme dedicado a ello. Yo por momentos lo visualicé, “Estudio de Fotografía Loren” –en honor a ambos–. Se me rompió la cámara y con ella mi sueño. Cabezonería de adolescente, quería mi cámara y ninguna otra era lo suficientemente buena.

Mi hermano… Cuánto le quiero. Ahora lleva una época de bajón. Quiere ser padre pero le está costando mucho. Está en la fase de la Fecundación In Vitro y a veces se agobia. Le he dicho muchas veces que aproveche su condición de marido en esa fase FIV –como él la llama– y que escriba, que desahoga. Lo sé por mi diario. Internet está lleno de mujeres que cuentan esos problemas. En la red se habla mucho del poder de querer ser madre. Pero, ¿y el padre? ¿Acaso los hombres no quieren ser padres? Él desde luego, sí. Su ilusión es ser padre a los 30, aunque sea primerizo.

Añoro con ilusión la época que tuve en la que me apasionaba escribir. Dejé ensayos, poemas, relatos y cuentos escritos por hojas y libretas en casa. Mi mente era una viajera frecuente de mundos que luego plasmaba en papel, andaba con libertad absoluta por ellos. Durante meses, el cajón de la ropa sucia lo adecué para que fuera el cajón de mis escritos y mis notas. A menudo tomaba notas aparte, y luego las usaba para elaborar relatos o poemas. No tenía claro que lo que escribía gustara, así que daba a leer mis creaciones a compañeros de instituto. Algunos me decían que les gustaba que plasmara en los escritos «esas cosas que nadie te dice pero que sabes que están ahí«. Otros a los poemas le ponían cara de nauseas, a pesar de que yo siempre les decía que la poesía no muerde. Los que leían todos mis escritos me decían que me hiciera poeta porque tenía un estilo único, mucho arte con algo de humor y quiero creer que no me engañaban. Pero casi todos coincidían en que los mejores eran los cuentos de los martes. Disfrutaban como niños con sus lecturas. La verdad es que escribir es algo que siempre me gustó, me permitía estar entre dos mundos, el real y el del papel. Me permitía ofrecer a los personajes la mar de caminos para sus vidas y cambiarlos a mi antojo, tanto a éstas como a aquéllos…

De pronto, pensamientos intrusivos abordan mi mente y ésta se detiene, está un rato parada. Abro los ojos. ¿Por qué dejé de escribir?