El hombre es dejado por naturaleza. Las mujeres nos llaman simples, que también, pero yo no quiero utilizar ese adjetivo porque ellas habitualmente lo usan de modo despectivo, y no quiero que se me malinterprete. Quiero dejar claro que yo lo empleo únicamente como calificativo.
Nos damos cuenta de que esta afirmación es cierta en muchos aspectos de la vida: nos da lo mismo no ir perfectamente arreglados para la foto del DNI, hay fechas que no recordamos (y no me refiero al cumpleaños o al aniversario, que esas son fáciles de recordar, sino al «aniversario» del primer beso, o del primer ‘te quiero’, o del primer arrime en la cama), nos importa poco si al hacer la cama se ha quedado alguna arruga en el medio o si la colcha está más larga de un lado que del otro, podemos ponernos una camiseta sin planchar si tenemos prisa…
Pero por encima de todos ellos hay uno que según he podido comprobar se produce en todas las generaciones por igual: hacer la compra. Y es que no es lo mismo estar solo que con una mujer al lado cuidando de uno. Un hombre que vive solo, tiene que saber hacer la compra, no le queda otra. A menos que se deje el sueldo en bares. Un hombre con una mujer que habitualmente hace la compra, cuando va solo al supermercado ve tantas cosas tan iguales y tan variadas que no sabe qué pedir, qué llevarse, ni cómo comprarlo. Me lo decía una señora (que por edad bien podría ser mi madre) el sábado pasado en la cola de la charcutería. Y según me lo decía, estaba escuchando a mi mujer como si ella me dijera a mí: «Yo le digo muchas veces a mí marido, ‘Antonio, con la de años que llevas viniendo a comprar conmigo, es increíble que no sepas qué es lo que compro yo cuando vengo’, y va para 30 años…» Yo aún no llevo tantos, pero desde luego que voy camino de que me lo puedan decir en un futuro cercano.
Pero, ¿por qué pasa? Quizá sea, como digo, simpleza. O quizá dejadez. O simplemente, que hay cosas para las que los hombres que tenemos una mujer al lado no valemos. Y si alguna vez la vida nos deja solos, esperemos que haya restaurantes con el menú del día asequible, y que nos den en táper lo que nos sobre.
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Jajaja, me encanta esta entrada.
Cuando yo me casé -esto quiere decir, cuando me hice cargo de una casa- estaba como tu, no tenía ni idea. Y había una fórmula que no fallaba para que me dieran cosas buenas.
Si pedía carne, y no sabía cómo pedirla, yo decía: «quiero filetes, pero no sé cuales, da igual, son para el marido, así que como Vd. quiera.» y oye, que no fallaba nunca. Siempre nos gustaban.
En la charcutería, por un estilo, mejor, peor, caro, barato, da igual «es para el marido».
Luego ya ni me preguntaban, los tenderos sabían lo que me tenían que dar.
Aún hoy, me cuesta saber el nombre de algunas cosas.
Como ama de casa, nunca he sido ejemplo de nada, así que no te preocupes, sobrevivirás el día que tu mujer te despida.
Hilaria.
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Pues yo al charcutero y al carnicero les digo a veces eso y me ponen lo que les da la gana. Tendré que cruzarme con una charcutera y/o una carnicera, a ver si va a ser el género…
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